Y lo primero que hizo fue limpiar unas
armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho,
luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y
aderezólas lo mejor que pudo, pero vio que tenían una gran falta, y era que no
tenían celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria,
porque de cartones hizo un modo de media celada, que, encajada con el morrión,
hacían una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte
y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dio dos golpes,
y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; y no
dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y, por
asegurarse deste peligro, la tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de
hierro por de dentro, de tal manera que él quedó satisfecho de su fortaleza; y,
sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima
de encaje.
Colección postales antiguas, cedidas por mi amiga Esperanza Rodríguez. Autor A. Bruzón.
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