Y, en diciendo esto, y encomendándose
de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le
socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a
todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba
delante; y, dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia
que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que
fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a
todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue
el golpe que dio con él Rocinante.
-¡Válame Dios! -dijo Sancho-. ¿No le
dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos
de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?
Colección postales antiguas, cedidas por mi amiga Esperanza Rodríguez. Autor A. Bruzón.
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