Cada vez que salgo a dar un paseo, me pregunto cómo es
que vuelvo entera a casa. Aunque existe el carril para bicicletas, hay un tramo
de acera que es compartido por peatones y ciclistas. Pues bien, raro es el día
que no coincido con alguna o con varias bicicletas. Estoy empezando a cogerle
miedo a ese tramo. Si vienen frente a mí, ningún problema, salvo que se les
descontrolara la dirección, cosa improbable. Lo malo es cuando vienen a tu
espalda. No ha habido una sola, hasta el momento, que haya tocado el timbre
para avisar de que va a pasar y adelantarme. Yo no las oigo, son muy
silenciosas y el ruido del tráfico encubre el de ellas por completo.
Deben pensar que, puesto que te ven, te tienen
controlado. No es cierto, existen reacciones imprevistas que no te esperas ni
tu mismo: una avispa que se te acerca de repente y quiere hacerte una caricia,
entonces vas y te apartas de ella repentinamente; algún obstáculo o impedimento en el suelo, debido al cual te desvías unos
metros de tu dirección.
Ya solo, aunque no me derriben o me pasen por encima,
me provocan una alteración de vez en cuando. Son muchos los sustos que me han
dado. Y no exagero al decir que alguna vez me han rozado la ropa, Pero las
dichosas bicicletas, o mejor sus conductores no tocan jamás el timbre, que para
eso lo llevan.
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