martes, 28 de febrero de 2017

LA TIERRA QUE ME VIO NACER

Ecuador. Provincia de Manabí. 
Cantón de Bolívar. Poblaciones de Calceta y Quiroga.
 
Cantón de Pichincha. Pueblo de SOLANO.
 
Esta historia se inicia con las vidas de mis abuelos y de mis padres.
Y acabará con mi nacimiento. En ella podréis saber cuál es la razón de que me llame... Adelaida.
Principios del siglo XX, en la ciudad de Calceta y en el seno de una familia adinerada, llegó al mundo un precioso niño, al que los caprichos de la vida o, para estar más en lo cierto, de la muerte, le privaron de uno de los mayores privilegios: conocer a su padre. Padre e hijo no llegaron a encontrarse, al menos en esta tierra. La muerte reclamó a Santiago Vélez cuando su mujer estaba embarazada, y el niño al que esta alumbró heredó el nombre de su padre, en memoria suya.
Los Vélez eran personas admiradas y respetadas, propietarios de abundantes tierras. Así, el pequeño Santiago Vélez fue creciendo sano y fuerte, en un ambiente acomodado. El niño era el centro de atenciones de su madre y de sus siete hermanos mayores, cuatro chicas y tres chicos, bajo cuyo amparo y cobijo se sentía protegido; como un polluelo que siempre cuenta con unas alas entre las que acurrucarse. El pequeñín de la casa acabó convirtiéndose en un apuesto joven de ojos azules, alto, rubio, delgado… Llamaba la atención de la gente; sobre todo de las jóvenes, que soñaban con su mirada y con ser agasajadas con una sonrisa de las suyas; seductora y espontánea.
Se caracterizaba por su carácter alegre, decidido y, sobre todo, por la nobleza de su corazón. Desde muy niño, de forma innata, demostró gran generosidad y desprendimiento hacia la gente, sin hacer distinción ni tener en cuenta la condición social de las personas; aquella fue su principal virtud. Tal vez esa carencia del amor paterno que la vida le negó, fue compensada por esa gran facultad de intercambiar amor y afecto con los demás; repartiendo y recibiendo.
Antes de su desdichado final, Santiago Vélez, el padre, tenía por costumbre frecuentar su finca de Quiroga, localidad que dista de Calceta unos doce kilómetros, para supervisar y controlar el trabajo de los obreros y asegurarse de la buena marcha de los algodonales y cultivos de cacao. De paso, aprovechaba siempre para hacerse las barbas y cortarse el pelo en la casa de Agustín Morales. Este barbero era un hombre espabilado y diligente. Se las apañaba bien para sacar adelante a su familia, formada por tres chicas y tres varones. El oficio de barbero proporcionaba modestos beneficios; pero con ello y el aporte de algunos otros ingresos añadidos, la economía familiar salía a flote. Las hijas de Agustín elaboraban jabones; recogían el achiote, extraían y machacaban sus semillas para hacerlo polvo. Lo vendían muy bien como condimento de cocina. La familia fabricaba, además, ollas, cuencos, cántaros y otros enseres, aprovechando el barro de un terreno próximo, que un vecino les permitía utilizar. Entre unas cosas y otras, la familia tiraba para adelante con dignidad.
Santiago y sus hermanos, continuaron con la costumbre de hacerse las barbas y arreglarse el pelo en la casa de Agustín.
Cuando acudían a Quiroga, su madre insistía en que vistieran con buenas ropas y que enjaezaran los caballos con los mejores aderezos.
—Ustedes, mis hijos, tienen que ir flamantes. Que todo el mundo se entere de que han pasado los Vélez.
En el recorrido de Calceta hasta Quiroga se asentaban varias fincas señoriales. En una de ellas vivían tres jóvenes hermanas en edad de merecer.
Las tres se desvivían por ver a los apuestos jóvenes, no podían apartarlos del pensamiento. Además de guapos y de buena posición, representaban, tal vez, la única alternativa a una condena a la que estaban sentenciadas.
Dos de ellas, las pobres desdichadas, pese a su disgusto y desacuerdo, habían sido ya comprometidas con dos jóvenes muy “convenientes” del cantón. Pero para las jóvenes las esperanzas de encontrar el verdadero amor se mantendrían vivas hasta el último momento.
“Es posible que aparezcan otros jóvenes mucho más convenientes aún que los ya apalabrados y tengamos alguna oportunidad…”, comentaban entre sí, con un rayito de optimismo.
Tal era su fervor de remediar lo irremediable, que aseguraban las lenguas próximas a ellas que durante sus largas sentadas en el porche se les oía repetir muy a menudo, y con doliente melancolía, estas dos cantinelas, de las que tan solo ellas conocían la intencionalidad y significado:
—Venga o no venga, seguro lo tengo.
—¿Sí vendrá o no vendrá? ¿Sí vendrá o no vendrá? ¿Sí vendrá o no vendrá?
Una sirvienta de la casa era novia de un jornalero de los Vélez. Este se encargaba de poner en su conocimiento el día en que se desplazarían los hermanos a Quiroga. La mujer, a su vez, se ocupaba con especial interés de mantener informadas a las tres hermanas; ellas sabían recompensárselo generosamente.
En la fecha señalada, las jóvenes madrugaban como nunca, se emperifollaban y probaban sus vestidos, sin saber por cuál de ellos decidirse. Se peinaban y repeinaban, se contemplaban en el espejo y cambiaban de abalorios unas cuantas veces antes de encontrarse a gusto. Cuando, al fin, se sentían conformes con su aspecto, revoloteaban exaltadas por la casa en espera del acontecimiento que les endulzaría el día. Se sentaban en el porche, con los abanicos en la mano, colocaban bien sus prendas y permanecían a la espera, como flor en primavera, deseosas de recibir los saludos… las miradas… y los requiebros de los galanes de sus sueños.
Una espléndida mañana de primavera, Santiago y su hermano Daniel se encaminaron hacia Quiroga. Partieron felices y satisfechos, prometía ser un día relajado y entretenido. Además, se celebraba una buena farra por la noche. Cabalgaban airosos y gallardos en sus monturas, conversando y bromeando. Al percatarse de que se hallaban a poca distancia de la hacienda de las hermanas, comenzaron a silbar, a elevar la voz, a reír a carcajadas… Empleaban cualquier argucia para hacerse oír y alertar a las dos muchachas de que se aproximaban a la casa; los entretenimientos y enredos propios de la edad.
Ellas, al oírlos, comenzaban a abanicarse y se aprestaban a no perderse el espectáculo de ver pasar a los hermanos Vélez sobre sus caballos blancos, ataviados con sus flamantes trajes claros y con su elegante galanura. Suspiraban y se les iban los ojos detrás de ellos. Se saludaron…, se sonrieron…, se despidieron… Los abanicos bamboleándose en el aire. Y se quedaban prendadas de sus cálidas sonrisas.
Llegados a Quiroga, en cuanto Agustín los avistó cerca de la casa, se desvivió en recibirlos y agasajarlos, eran generosos con el pago y con las propinas. Enseguida dio aviso a la familia:
—Poned el agua a templar que hoy tenemos caballeros muy distinguidos que atender.
Para ayudar a su padre, apareció aquel día en el salón Cecilia, la quinta hija de Agustín. Traía el agua en un matiancho (hecho de un mate). Cuando Santiago la vio aparecer, se quedó embobado. La joven giró su cara hacia él y sus miradas se cruzaron. Una mutua fascinación prendió al instante en ellos.
Cecilia disimuló enseguida para que no se notara. Agustín Morales, era persona muy observadora, tal vez por el afán y conveniencia de agradar en el negocio. Cecilia, chica avispada, sabía muy bien que no convenía en absoluto que su padre sospechara de esa mutua atracción, pues con su extremada rectitud, no consentiría que ambos jóvenes se acercasen lo más mínimo. Cecilia se compinchó con su hermana.
—Mire, Mariana, usted tiene que ayudarme a convencer a papá de que me atrae Daniel; así, para evitar que me aproxime a él, me pondrá a ayudar a Santiago y yo podré estar cerquita de él. ¡Me gusta tanto!
Tal como Cecilia había previsto, su padre para evitar las tentaciones entre Daniel y su hija, y sus posibles consecuencias, le encomendaba encargarse de ayudar con Santiago. Y complacía de forma involuntaria los deseos de ambos jóvenes. Se dedicaban miradas y sonrisas furtivas y, según pasaba el tiempo, algún que otro cuchicheo. Sin embargo no se olvidaba de mirar y sonreír con poco disimulo a Daniel. Agustín la amonestaba con la mirada y entonces ella se volvía hacia su amor sin temor alguno.
Santiago perdió el sueño por la joven, no la podía apartar de su cabeza, ni lo deseaba, era la visión más dulce y grata de su vida. Su larga melena negra, brillante como la patena… Sus ojos rasgados, oscuros y penetrantes… La alegría y viveza de su rostro. Allá donde mirase la veía dibujada.
El joven no perdía la menor ocasión de frecuentar Quiroga. Inventaba mil excusas para ello. Se paseaba por delante de la casa de Cecilia y ojeaba por entre el ramaje de los árboles a la chica. Un simple saludo, una mueca, unas sonrisas… hacían las delicias de los dos.
Agustín acostumbraba a tocar la guitarra en las farras y, cuando lo hacía, dejaba que sus hijas lo acompañaran, para que tuvieran la oportunidad de divertirse de vez en cuando. En uno de aquellos bailes, aparecieron de pronto los hermanos Vélez. Todos los ojos se volvieron hacia ellos; los de Cecilia brillaron como luceros, el corazón le dio un bote. Agustín, en cuanto los vio aparecer, se acercó a sus hijas y les dijo:
—Tengan ojito, muchachas, que acaban de llegar los Vélez, no quiero tontadas ni devaneos, que estos son caballeros de mucho vuelo. Se mueven de farra en farra y comprometen a las chicas. Cuídenme su buena fama y su honra.
Santiago pidió baile a Cecilia. Agustín no despegaba el ojo de ellos, pero al ver que su hija no bailaba con Daniel, por quien creía que esta sentía debilidad y suspiraba, se tranquilizó. Mientras, los dos auténticos enamorados flotaron, soñaron y se aislaron del mundo que los rodeaba. Un sentimiento irrefrenable crecía entre los dos.
María Vélez cada día se extrañaba más del desmedido interés de Santiago por acudir a Quiroga. Un día, durante la cena, aprovechó para hablar con él:

—Santiago, sus visitas a Quiroga aumentan cada vez más. ¿Hay algo en aquel lugar que yo debiera conocer?
—Hay una joven, mami. Estoy enamorado de ella.
—¿Y quién ha tenido la fortuna de conquistar su corazón, hijo mío?
—Se trata de Cecilia, la hija de Agustín Morales, el barbero.
—Mira, mi hijo, como madre, es mucho el cariño que le tengo. Pero yo he de hacer las veces de padre y madre y me veo en la obligación de aconsejarlos y de procurar lo mejor para ustedes. ¡A su edad el amor es un fuego que lo abrasa y lo consume todo! Sin embargo…, hay muchas formas de llegar a él; lo que importa es ser capaces de encontrar la más apropiada. Usted es aún muy joven, mi niño, dispone de lindas muchachitas a quien elegir. Algunas muy recomendables y primorosas. ¿Por qué no intenta conocerlas?
—Es que… yo ya no querré a ninguna más. En mi corazón solo cabe ella. Es buena, alegre, trabajadora y la quiero. ¿Podría encontrar una mujer mejor, mamá?
—Por supuesto que sí, mi hijo, aunque ahora no se dé cuenta de ello. Yo tengo a otra en el pensamiento. Y sus padres estarían encantados de que ustedes dos formaran pareja, tanto o más que yo misma. Usted tómese primero un tiempo para divertirse, es joven, y luego hablaremos con la cabeza asentada.
—Lo tengo decidido, mami. Y quiero vivir con ella.
—Tiene que recapacitar con calma, mi cielo. Usted puede aspirar a mucho más. Es un buen partido, muy guapo y solicitado.

Las hermanas de Santiago, confabuladas con su madre, le insistían y convencían de asistir a convites y parrandas sin descanso y se ajetreaban en presentarle chicas guapas, de envidiable situación. Se divertía, pero, a pesar de todo, él no era capaz de encontrar en ninguna las cualidades de Cecilia. Al cabo de unos meses se presentó en Quiroga y le propuso que compartiera con él su vida. Cecilia no lo dudo, lo deseaba con toda el alma. Decidió seguirlo y unirse para siempre a él.
Cecilia se fue a vivir a Calceta con Santiago. Se instalaron en la casa familiar, dispuestos a compartir sus vidas. Se amaron con pasión y con dulzura. Se prometieron un amor eterno. Forjaron lazos indivisibles. Al mirarse se les derretía el corazón.
Santiago quería labrarse un porvenir con el sudor de su frente; por sus propios medios. Conocía al dedillo los pueblos y los caminos que los unían entre sí; los había recorrido infinidad de veces a caballo. Por tal razón, y sus muchas cualidades, fue contratado por la empresa Dragados, que construía por aquel entonces el trazado de carreteras que uniría unas poblaciones con otras. Esa energía y disposición de Santiago para la faena motivó un rápido ascenso. El Ingeniero de Caminos que dirigía las obras le tomó un gran afecto; pasó a ser su hombre de confianza y delegaba en él una buena parte del trabajo. Cobraba un buen salario y podían permitirse ahorrar.
Cecilia y Santiago vivían muy felices juntos. Se necesitaban y se entendían. Sin embargo una sombra empañaba su convivencia: ella no encajaba en le casa de los Vélez. Le hacían sentirse extraña, fuera de lugar. Santiago advertía que día a día iba languideciendo su alegría.
No se lo pensó más. La quería demasiado para verla apagarse de ese modo. Tenía echado el ojo a una altiplanicie donde deseaba establecerse y donde podría comenzar por cuenta propia. La ubicación gozaba de una espléndida y privilegiada panorámica, a la vez que otras ventajas. Construyó una casita pequeña en secreto y cuando estuvo terminada, llevó a Cecilia y se le mostró, mientras le decía con pasión y entusiasmo.

—¿Qué te parece Cecilia. ¿No es hermoso este lugar? Unas espléndidas montañas, con abundancia de agua. Tierras vírgenes, sin conocer aún la mano del hombre.
—Es precioso, Santiago! ¿Por qué me lo preguntas?
—Porque esta es nuestra tierra, y nuestra casa; un hogar tuyo y mío. Aquí nuestro amor echará raíces y… dará retoños. Verá crecer a nuestros hijos y ellos lo heredarán.
Cecilia saltó de alegría y se colgó a su cuello. Santiago la estrechó con pasión y con ternura. Un largo beso los fundió en un solo ser.
—Lo llamaremos Solano, en honor a la soledad que reina en él, aunque no tardaremos mucho en llenarlo de vida.

La sombra de sus siluetas entrelazadas se perfiló en la ladera de la colina y se integró en ella. 
Los terrenos en ese lugar valían poco. Los ahorros que había reunido hasta el momento bastaron para comprar una nada desdeñable cantidad de cuadras de terreno y algún ganado: vacas, caballos… Comenzó desbordante de entusiasmo la construcción de la casa, para lo cual aprovechó la madera de los abundantes árboles, que poblaban toda la zona. No esperó ni a concluirla, en cuanto la vivienda estuvo medianamente habitable se trasladaron a ella. Su felicidad era indescriptible. Aquella tierra los arropó desde el primer momento y en ella comenzaron a prosperar y a echar raíces.
A pesar de ser tan valorado y respetado en su empleo, Santiago iba sintiéndose desalentado; el cargo cada vez le resultaba más duro y agotador, le exigía mucha dedicación y le robaba un valioso tiempo, durante el que tenía que ausentarse de su casa. Implicaba, así mismo, una batalla diaria contra las inclemencias del clima: un calor abrasador, vientos, lluvias torrenciales y desbordamientos que se llevaban todo. Santiago tomó la decisión irreversible de trabajar para sí mismo y emprender su propio negocio.
Santiago era un hombre emprendedor, que no perdía el tiempo ni las oportunidades; la zona estaba repleta de enormes balsas o boyas y comenzó con la venta de madera, principalmente para la construcción de embarcaciones. Adquirió mucho ganado, plantó, además, café, cacao, maíz y semilla de paja. La semilla de paja se sembraba o esparcía en los potreros (equivalente a prados) para que allí pastaran las vacas, caballos, mulares, potrancas, burros y yeguas. De carácter luchador y con tesón, Santiago no se dejaba amedrentar por el cansancio, el agotamiento, las adversidades... Con entusiasmo y vitalidad lo iba sacando todo adelante. Al principio, casi todo el dinero que iba entrando lo invertía en nuevos terrenos.
Toda la familia de Cecilia se trasladó también a Solano. La pareja les regaló varias cuadras de tierra y la madera necesaria para construirse la casa. En aquellos cerros había barro en abundancia, así que se dedicaron a la fabricación de todo tipo de vasijas y cacharros, que luego se vendían muy bien.
Santiago fue ampliando la casa inicial, aumentando considerablemente el número de dependencias y habitaciones. Daniel vivió con ellos unos años, hasta que se enamoró y trasladó su residencia a una ciudad.
Los negocios prosperaban; cada vez se necesitaban más personas para trabajar la madera, el ganado y los cultivos. En algunas épocas del año llegaban a juntarse ochenta o noventa trabajadores. Estos trabajadores llegaban muy temprano, alrededor de las seis de la mañana, desayunaban y almorzaban en la finca. Al acabar la jornada, unos se quedaban a merendar; los de más lejos, o según las preferencias, se llevaban un pequeño fardo con los productos básicos: arroz, leche, queso, cuajada, maíz, maní… Los que vivían demasiado lejos se quedaban a dormir en una enorme bodega que Santiago tenía habilitada. Algunas familias, al ver que allí nunca les iba a faltar trabajo, decidían quedarse permanentemente a vivir en esas tierras. Santiago, siempre generoso y desprendido, les cedía entre tres y diez cuadras de terreno y la madera que necesitaran para construir sus propias casas.
Cecilia no daba abasto a preparar tanta comida y contrataba mujeres para que la ayudaran con los guisos.
Pronto se formó en Solano una pequeña comunidad de personas, que crecía poco a poco. Santiago consideró que ya era momento de bautizar el poblado oficialmente. Se fue a buscar al sacerdote de Pichincha, quien lo bendijo y le dio el nombre elegido, con el que ya lo nombraban: Solano.
Cecilia quedó embarazada. Cuando se lo comunicó a Santiago, este se puso loco de contento, la tomó por la cintura y la levantó, le dio unas cuantas vueltas en el aire. La abrazó, la besó. Se sintió el hombre más feliz.
Vélez tenía que viajar para tratar la venta y compra de sus productos, que también exportaba a otros países. Una vez en ello, se dedicó a comerciar al por mayor con todo tipo de género; más adelante al por menor, también. Cuando se desplazaba a una ciudad a vender, aprovechaba para comprar lo que se le pusiera a mano. Por ejemplo, si iba a Manta, volvía con unas tandas de pescado. Edificó una nave enorme, que llenó con los más variados artículos: alimentos, relojes, herramientas, menaje, máquinas de coser, tejidos… Allí mismo montó una botica con las medicinas más básicas; se vendía mucho el Mertiolate o Merthiolate (parecido al Betadine).
En muchas ocasiones las personas de Solano y de las localidades cercanas solo necesitaban comprar pequeñas cantidades para no tener que desplazarse a otros lugares. Él le decía a su mujer.

—Mira, Cecilia, ¡qué más nos da a nosotros! Sí estas personas necesitan comprar sola una sola libra de cualquier mercancía, una sola libra les venderemos. Si sólo pueden pagar media, ¡por qué no! Incluso unas onzas, si eso es cuanto precisan. Y, más aún, si alguno no puede pagar, se lo daremos igual; nosotros no nos vamos a poner más pobres, y aquí nadie pasará miserias.

Tan conocida era la grandeza de corazón que tenían Cecilia y Santiago que un buen día acudió a ellos uno de los trabajadores para suplicarles que se hicieran cargo de su hijo pequeño, pues así, al menos, estaría bien alimentado y tomaría la leche que necesitara; necesidades indispensables que los padres no podían garantizar. No fueron capaces de negarse y lo acogieron en la casa. Este niño fue solo el primero, porque, con el tiempo y el ejemplo, otros padres con apuros económicos fueron rogándoles el mismo favor. A nadie se lo podían negar. Hubo un momento en que llegaron a vivir diecisiete protegidos en la vivienda.
Entre los primeros, tres de ellos eran hermanos. Fueron los mayorcitos de la cuadrilla, con edades que oscilaban en torno a los ocho años, cuando se incorporaron a la vivienda.
Santiago se ocupaba de que estos niños aprendieran a leer y escribir. A quienes querían estudiar los mandaba a aprender algún oficio. Otros preferían trabajar en la finca, con el ganado o en el campo. Los que decidían quedarse en Solano, cuando tenían edad suficiente para independizarse, o cuando formaban una familia, se construían su propia casa. Otros decidían irse a la ciudad, a trabajar en los oficios que habían aprendido.
Además de todos estos chicos acogidos, fueron naciendo los trece hijos que Cecilia y Santiago trajeron al mundo. La algarabía, el bullicio, el regocijo… animaban todos los rincones de la casa. Nunca faltaba distracción.
Pero por desgracia, no todo son alegrías, las penas y tristezas también nos exigen e imponen su presencia. Tres de los primeros hijos de Cecilia y Santiago, dos niños y una niña, fallecieron de corta edad. No llegaron ni a los dos añitos. Aquellos fueron tragos muy dolorosos, que supieron sobrellevar con resignación.
En Solano el trabajo era inmenso, sin embargo, se buscaban momentos para disfrutar. No todo consistía en laborar. Con cualquier excusa se organizaban farras, en las que todos bailaban y se divertían.
Santiago y Cecilia lamentaban que la gente tuviera que recorrer una distancia excesiva, para celebrar los Oficios religiosos y para los entierros, generalmente hasta Calceta; y soportar a veces las lluvias o el sol abrasador. Decidieron, pues, donar terreno para una iglesia, un cementerio y una sala de velación. De este modo evitaban a la personas el sacrificio de desplazarse tantos kilómetros. El cementerio y la sala de velación se hicieron, pero las Autoridades ni siquiera llegaron a emprender la obra de la iglesia. Más tarde se construyó una en El Lobo.
Algunas de las tierras donde se establecían los trabajadores y algunos de los chicos acogidos se ubicaban en la parte baja de la colina, en las faldas de Solano poblado. Se fueron formando dos poblados El Lobo y El Mono. El Lobo, hoy día, cuenta incluso con más población que Solano.
Un buen día, se presentó en la finca un joven de veintitantos años, en busca de trabajo. Fue admitido como empleado fijo. No tenía a nadie ni familia con quien regresar, así que se integró perfectamente en Solano, donde vivía satisfecho y feliz. Se sentía tan a gusto en la casa de los Vélez que pasaba en ella todo el tiempo que podía. Su nombre era Talledo, aunque habitualmente le llamaban el Patita Coja.
Le dieron ese apodo porque un problema en una pierna lo hacía cojear. Este hombre era trabajador, agradable y considerado. Además, tenía un don: tocaba la guitarra como los propios ángeles. Algunos más, en la casa, tocaban la guitarra, era costumbre aprender, pero como la tañía él, ninguno. La guitarra había sido su única familia, su amiga y compañera, creció con ella; el único eslabón que lo unía a su pasado. En los periodos de descanso el Patita Coja cantaba y tocaba. Pronto se formaba un corro en torno suyo para escucharlo.
Cecilia tenía como ayudante en la cocina a una simpática joven llamada Adelaida, que vivía a unos dos kilómetros de distancia y que llevaba pocos días en la casa. Por las tardes, cuando acababa el trabajo, se llevaba su saquito con la cena para ella y su familia, además de suero, maní, maíz, queso, leche... Cecilia cada tarde preguntaba quién iba en su dirección para que la llevara hasta su casa y no tuviera que hacer sola el recorrido, solo tenía diecisiete años.
Esta, en una de las ocasiones en que Talledo tocaba la guitarra, se acercó al corro y se quedó clavada en el sitio contemplándolo. La música y la canción la deleitaron.
Al acabar la sonata, el Patita Coja levantó la vista y la vio absorta, contemplándolo. Le pareció preciosa, el ser más bonito de este mundo. Le costó retirar la mirada de ella. La satisfacción lo inundó. Desde aquel momento, no había día que no hubiera recital, y ella hacía lo imposible por acercarse a verlo.
Talledo, desde ese día, trabajaba como nadie, acelerando el ritmo como si así acortara la jornada. Solo esperaba el momento de encontrarse con la chica. Le compuso una preciosa canción que tocaba cada día para ella.
“Adelaida es una joven tan bella…”
Al principio Adelaida enrojecía, después empezó a sentirse como una dama cortejada por su juglar.
Cuando llegaba la época de recolección del café, los camiones venían con la cosecha y volcaban la carga, formando enormes montañas, que se distribuían por el suelo. El siguiente paso consistía en separar y clasificar el café, agrupándolo en verde, maduro y seco. Era una faena dura y farragosa. Por entre las hojas solían aparecer todo tipo de bichos; entre otros, culebrillas. Cecilia confeccionaba unos rústicos guantes para las mujeres que tuvieran temor a esos animales cuando metían los brazos entre los inmensos montones de hojas y café. El Patita Coja no se apartaba de Adelaida durante toda la tarea. Se desvivía, estaba pendiente, le conseguía unos guantes… La trataba como a su reina.
El café, una vez clasificado, se cargaba en los camiones y se llevaba a Calderón, donde se hallaban las máquinas despulpadoras. Cuando llegaban los camiones de Santiago Vélez no se les hacía esperar.
Cecilia y Santiago veían con muy buenos ojos la relación entre Adelaida y Talledo, y cómo esta crecía con los días. Decidieron, por tanto, darles un empujoncito con sus consejos, convencidos de que formarían muy buena pareja. Les parecían dos jóvenes tan buenos y cumplidores… A cada uno hablaron en favor del otro:

—Mire, Talledo, usted está solo y por aquí hay una jovencita que casi con seguridad desea su compañía para siempre. Anímese cuanto antes a formalizar esta relación. ¡A qué esperar! No habrá nada que se lo impida.
—Mire, Adelaida, Talledo está loco por usted. Si a usted le gusta, y él le propone compromiso, acéptelo. Es una gran persona y bien se ve que está muy interesado. Coméntelo en casa, con sus papás. Y no se lo ande pensando mucho, bien se ve cómo la mira.

Talledo no se lo pensó más. El hombre lo estaba deseando, era el sueño de su vida. Adelaida le dio el sí con la ilusión pintada en el rostro. Se prometieron. Nunca se ha visto un ser más dichoso sobre la faz de la tierra. Tocaba y cantaba con euforia. Sembró tanta felicidad por el lugar, que la cosecha de alegría fue la más abundante. A todos los contagiaba ese estado de ánimo, y derrochaban dicha. Él por donde pasaba derramaba sus canciones, sobre todo la de Adelaida.

“Adelaida es usted una joven tan bella
que se nos queda prendida en la mirada.
Las florecitas suspiran por ser la más linda entre ellas.
En sus mejillas de nácar lleva una rosa bordada.”
Pasaron unos meses y tomaron la decisión: se casarían. Talledo pidió el favor a los Vélez de que apadrinaran la boda.
Cecilia estaba entusiasmada. La llenaba de felicidad ver un amor tan intenso. Se recordaba a sí misma de joven enamorada.
—Santiago, vas a traerme la mejor pieza de lino que tengas en el almacén, voy a coserle un traje a Talledo que llame la atención. ¡Que se entere todo Solano de lo guapo que se casa!
Llegó el gran día que todos esperaban. Varias mujeres trajinaban para preparar el banquete, que se celebraría por todo lo alto en el patio de los Vélez. Santiago atavió y enjaezó un hermoso caballo para el novio. Ahí se le viera a Talledo, encima de aquel corcel blanco, con su traje claro inmaculado, erguido y orgulloso en su montura. Resaltaba sobre el verdor de los campos... Le costaba reconocerse a sí mismo cuando se contemplaba. Junto a una pequeña comitiva de acompañamiento, partió en busca de la novia. El camino se le hacía eterno; no veía llegar el momento de reunirse con su adorada. Al fin se divisó a lo lejos la casita. Su corazón se anticipó a la marcha del caballo. Y no se puso al galope por guardar las formas.
Saltó a tierra y fue directo a interesarse por su prometida.
—Favor, señor Talledo. Un poco de paciencia, ella se fue al monte a unas necesidades. No tardará. Y le tocará esperar otro poquito más…, porque aún ha de ponerse su vestido de novia.
Adelaida se demoraba. El Patita Coja se impacientaba y daba vueltas de un lado para otro.
Adelaida no llegaba.
—Tranquilícenseme todos. Ahora mismito voy a buscar a mi hermana, a ver si se agiliza.
Los gritos que se oyeron estremecieron a todos.
—¡Vengan acá, por favor. Ayuda!
Echaron a correr, despavoridos.
Lo que encontraron los horrorizó.
Adelaida, tendida sobre el suelo; como dormida, pero sin vida.
Su hermana, agachada al lado de ella con la cara desfigurada por el llanto.
—Ha sido una serpiente. Una serpiente venenosa la mordió en sus intimidades.
Talledo soltó tal alarido, que desgarraba las entrañas.
—¡¡¡Noooooo!!!
Cayó de rodillas al lado de Adelaida, apoyó cabeza y torso de la joven sobre su regazo y la mecía, a la vez que gemía y sollozaba como un niño.
Santiago la tomó en brazos para llevarla a la casa. Cecilia, envuelta en lágrimas, ayudó a Talledo a levantarse y lo sujetó, para alentarlo a caminar.
En la vivienda, llantos, lamentos y quejidos. Agitación, congoja y desconsuelo.
La boda se tornó en amargo duelo. En una auténtica tragedia.
El vestido de novia se convirtió en mortaja.
Talledo ya no decía nada, se había quedado hueco, ausente; con el alma desahuciada. Dejando que el llanto se le derramara a borbotones.
Rompía el corazón verla en la caja, con su blanco y refulgente vestido. Como un ángel.
Aquel aciago día, en lugar de enlazarse con Talledo, la tierra la desposó. El dolor sacudió todo Solano.
Al Patita Coja se le escaparon la vida y la alegría. Aquella canción que tanto repetía, la entonaba ahora con tal pena y sentimiento que las propias tierras se afligían.
Cecilia, cada vez que oía aquel armonioso desgarro, no podía contener el llanto.
Según pasaba el tiempo, algunos animaban al joven en suplicio:
—¡Vale ya, Talledo! Tiene que superarlo. Usted es joven aún, encontrará a otra joven que lo quiera.
Y él contestaba con melancolía:
—No, mi amigo. Para mí ya no habrá otra.
Y seguía su penar día tras día.
Cecilia estaba embarazada y se le ocurrió una buena idea. La comentó con Santiago.
—A ver qué te parece, mi vida. Si esta criatura que está a punto de llegar fuera una niña, podríamos llamarla Adelaida; en recuerdo de esa pobre. Y supondría tanto consuelo para el Patita Coja…
—Por supuesto, así la llamaremos. Es una excelente idea.
Y esta es la razón por la que se me llamó Adelaida. Yo era muy niña y no consigo recordarlo, pero me cuentan que Talledo se encariñó conmigo, como si de una hija se tratara. No había día en que no pasara a visitarme. Incluso llegó un momento en que fue capaz de esbozar una sonrisa. Siguió cantando su canción para Adelaida; nos la dedicaba a las dos. Fui creciendo y este hombre no se cansaba de mirarme y de jugar conmigo. Mi pelo salió rubio como el de mi padre. El Patita coja me llamaba Ricitos de Oro con todo su cariño.
Más a pesar de su mejoría de ánimo, su corazón no se desprendió nunca de su amor. Un día nos dejó. Su pierna se gangrenó. Todos quedaron convencidos de que su cuerpo, fiel a sus sentimientos, se lo llevó a reunirse con su amada.
Cuántas veces, sentada en estos parajes, he contemplado las estrellas, recordando esta triste, pero tan bella, historia de amor.
Enamorada de la tierra que me vio nacer.
Sintiendo que yo formo parte de ella, como ella forma parte de mí.



AL PIE DE LA LETRA: VARIOS

viernes, 24 de febrero de 2017

JUSTICIA, DIVINA JUSTICIA

Hoy toda España clama.
Hoy toda España llora.
¿Vivimos en la época de los feudos?
¿En la Roma de los emperadores-Dioses-dictadores?
Desde luego, está visto que la repartición de la Justicia sigue siendo discriminatoria, selectiva y clasista. Existe una justicia para los pobres y una justicia para los ricos.
El que roba a los ricos para dárselo a los pobres es perseguido por la Justicia.
El que roba a los pobres para enriquecerse más y más, es protegido por la Justicia.
¡Maldita sea esta clase de Justicia!

jueves, 23 de febrero de 2017

DESARROLLAR EL HÁBITO DE LEER

PRINCIPIOS BÁSICOS

1. La lectura comienza desde que nacen.

2. Inculcar el deseo de leer es un proceso progresivo.

3. Jamás debe ser impuesta. 

4. Los niños se encariñan con lo que les es familiar, por eso los libros deben formar parte de su entorno.

5. Primordial la actitud del adulto respecto a la lectura. Les encanta imitar lo que ven a los mayores, sobre todo a sus padres. Si ve leer deseará hacer lo mismo.

6. La lectura debe ser entendida como un premio, algo divertido; jamás como un castigo.

7. Respetar sus gustos. Todo el mundo no tiene los mismos gustos, así que hay que conocer bien los de nuestros hijos para ofrecerles sus temas favoritos.

¿En qué me baso? Me he pasado casi toda la vida enseñando a desear leer. Luchando y disfrutando por conseguirlo, en hijos y alumnos. Oyendo cientos de veces esta pregunta:


¿QUÉ HACEMOS PARA QUE NUESTR@ HIJ@ LEA?

En sucesivas cajas iré desarrollando este tema por apartados.

martes, 21 de febrero de 2017

MUJER DE PRINCIPIOS (Y DE FINALES).

Charlotte, de cuarenta y seis años, era una mujer emprendedora, decidida, independiente, luchadora y de sólidos criterios. Por motivos laborales tuvo que trasladarse, y se instaló en un elegante barrio residencial; de costumbres bastante puritanas, al parecer.
La primera jornada fue agotadora e intensa, de un calor, insoportable. Al llegar a casa lo primero que hizo Charlotte fue darse una buena ducha y salió en bata a la terraza, para relajarse mientras se tomaba un refresco.
Los vecinos que vivían frente a la casa de Charlotte, se escandalizaron de ver a su vecina en el balcón con una ropa tan… ligera y al día siguiente enviaron al conserje con un recado:
—Sus vecinos me mandan decirle que si puede ser usted tan amable de no salir a la terraza en bata.
Charlotte asintió. A la siguiente noche salió a la terraza con un picardías.
De nuevo acudió el conserje a pedirle, en nombre de sus vecinos, que fuera tan amable de no salir a la terraza tampoco con esa ropa de dormir. Charlotte asintió y horas más tarde se tomó su refresco en la terraza, en ropa interior.
Por tercera vez acudió el conserje a su casa y le transmitió la siguiente petición:
 —Dicen sus vecinos que si tendría la amabilidad de salir a la terraza en bata.

Esta vez Charlotte sí les dio gusto e hizo lo que le pedían. 


jueves, 16 de febrero de 2017

RE-TÉ-NIDOS



El sufrido amante percibió sonidos.

          —Querida mía  —dijo—, tu marido y demás entrometidos acaban de empezar la sesión. Es preciso que abandonemos esta casa. No consientas que nos retenga aquí eternamente. Acabará descubriéndolo todo con sus preguntas taimadas y mordaces. 

Tienes razón, cariño, debemos irnos ya de aquí, pero permíteme aspirar ese aroma una vez más. Será la última. Te prometo que no conseguirán hacerme hablar.

           La médium interrumpió  la “güija”:

—Tampoco hoy averiguará lo que desea, Señor. Los espíritus de su mujer y su amante no están hoy entre nosotros.

 —¿Entonces, podría usted explicarme quién ha derramado la tetera? Aún no sé por qué ni con quién me engaño —afirmó con ironía el marido—, pero al menos  una verdad conozco de mi difunta esposa: que jamás le sería infiel a un buen té. Mientras se lo pongamos a su alcance, jamás se moverá de aquí, seguirá re-té-nida.

Tras decir esto, se levantó y abandonó la güija, con el propósito de contratar a una médium más eficaz.

MICROMACHISMO

 ¿Te han juzgado por tu aspecto en lugar de por lo que decías?¿Te han preguntado que dónde estaba tu jefe cuando la jefa eres tú?¿Te han cuestionado por no querer tener hijos?¿Te ha hecho tu novio sentirte culpable simplemente por mostrarte como eres?

 No, no solo te ha pasado a ti. También LES HA PASADO A ELLAS:
Enlace de "Eldiario.es", que merece la pena ver y escuchar:

http://www.eldiario.es/micromachismos/video-micromachismos-a-mi-tambien-pasado_6_612498773.html

Archivo del blog