El
sufrido amante percibió sonidos.
—Querida
mía —dijo—, tu marido y demás
entrometidos acaban de empezar la sesión. Es preciso que abandonemos esta casa.
No consientas que nos retenga aquí eternamente. Acabará descubriéndolo todo con
sus preguntas taimadas y mordaces.
—Tienes
razón, cariño, debemos irnos ya de aquí, pero permíteme aspirar ese aroma una vez
más. Será la última. Te prometo que no conseguirán hacerme hablar.
La médium interrumpió la “güija”:
—Tampoco hoy averiguará
lo que desea, Señor. Los espíritus de su mujer y su amante no están hoy entre
nosotros.
—¿Entonces, podría usted explicarme quién ha derramado la tetera? Aún no sé por qué ni con quién me engaño —afirmó con ironía el marido—, pero al
menos
una verdad conozco de mi difunta esposa: que jamás le sería
infiel a un buen té. Mientras se lo pongamos a su alcance, jamás se moverá de
aquí, seguirá re-té-nida.
Tras decir esto, se levantó y abandonó la güija, con el propósito de contratar
a una médium más eficaz.
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