viernes, 29 de diciembre de 2017

EN MÍ, AUNQUE NO QUIERAS


Aunque luches por borrar 
todas tus huellas,
aunque escarbes mi interior 
para vaciarme,   
en mí te hospedas.
Puedes ulularle al viento:
«Ella fue nada»,
esgrimir la insensatez 
con tu ceguera,
yo fui tu balsa.
Me libaste en plenitud 
e inseminaste.
Absorbí tu cualidad 
cual sementera:
grana de amante. 

miércoles, 20 de diciembre de 2017

ÁRBOLES DESNUDOS

Árboles desnudos a quien nadie abriga,
y otorgáis abrigo.
Amigos afectivos y leales.
Solitarios, sin brazos que os abracen,
ni arrullos que os alienten.
Manantial de recursos y agasajos;
dadivosos, amables, desprendidos...
Cobijo de aves, de insectos,   
de ninfas y de amantes.

Beneficiáis al mundo con mil dones,
y, a cambio de traiciones, brindáis frutos.
Os descuajan, os olvidan,  os ignoran,
os despojan y aniquilan.
Vuestra ausencia desvanece la savia de la vida.


jueves, 14 de diciembre de 2017

HOJAS DE OTOÑO


Hojas viajeras.
Sibilas verdes, rojas, amarillas…    
que van y vienen,
y el viento atrapa
en los remolinos de la magia.
A veces quedas,
a veces revoltosas,
a veces cantarinas.
Otras muchas, silenciosas.      
Viven ansiosas
sus últimos momentos,
para apurar las últimas
ofrendas de sus diosas.




sábado, 9 de diciembre de 2017

SI TE PEGA NO TE QUIERE

Así se titula este interesante artículo que publica Rosa Díez en la página que os enlazo:

http://www.elasterisco.es/si-te-pega-no-te-quiere/

Muchas mujeres siguen sintiendo pavor a reconocer que el hombre con el que conviven, que quizá una vez las quiso, ya no las quiere. Que si le levanta la mano una sola vez, que si la maltrata sicológicamente, la desprecia, la devalúa, la falta al respeto, la amenaza…ya no la quiere.

jueves, 7 de diciembre de 2017

NIÑAS Y MUJERES AVANZANDO

Hay algo que nunca llegaré a ver, pero que me haría el ser más feliz de la tierra: que todas las mujeres, de cualquier etnia, país, condición, procedencia, confesionalidad, ideología, etc... llegaran a ser libres y valoradas sin la menor referencia al sexo, hasta el punto de que desapareciera, por falta de sentido, la lucha por sus derechos y su igualdad en el mundo. En todo el mundo.


Me ha gustado mucho este artículo.

sábado, 25 de noviembre de 2017

LOS NIÑOS SON EL FUTURO


No somos del todo conscientes de lo que significa cada palabra, cada actitud, cada reacción, cada mensaje... de los adultos respecto a los niños. Son la materia más dúctil que existe en el universo, la esponja más absorbente, el espejo más fiel.
Incluso las personas más cuidadosas y concienciadas con lo que se les transmite, pueden o podemos patinar a veces en la enseñanza y la influencia ejercida en los pequeños. ¡A qué desatinos y crueldades se ve sometida la infancia por parte de los miles, millones que no prestan la menor atención ni ponen el menor cuidado en la educación del menor. Dónde, cómo y con quién caigan determinará sus vidas. Es la jugada a la lotería más grande del mundo.

domingo, 12 de noviembre de 2017

EPITAFIO

       
       En un lúgubre y minúsculo cementerio de México, unos dedos escuálidos y consumidos retiraban las brozas que tapaban la inscripción de la cochambrosa y rancia lápida. Al fin pudo leer lo que le decía en esta ocasión el epitafio:


      «Déjate ya de tarugadas, maldito pendejo, y convéncete de que tú eres yo y yo soy tú. Eres mi espectro, así que métete de una santa vez en la tumba y fusiónate conmigo, o estaremos chingaos pa toda la eternidad».


RETORNO EN EL DÍA DE LOS MUERTOS

Magdalena despertó de un profundo sueño. Su día de gloria comenzaba. La calle, la vida, la luz… le producían un vértigo excitante. Al asomar al exterior, después de tanto tiempo, el reconfortante calor del sol la hizo revivir; un contraste abismal con su obligada e infinita reclusión, en que el frío le taladraba los huesos y le escarchaba el alma. De inmediato fue atrapada por una auténtica eclosión de estímulos, que reavivaban sus sentidos: la refrescante brisa; los penetrantes aromas de las especias (achiote, clavo, coriandro, cardamomo…), de los dulces (tortas, tejocote, pan de muerto…), la exquisita fragancia de las flores (cempasúchiles, nubes, terciopelos, rosas, claveles, crisantemos…), el bálsamo de las velas…; el arrebatador colorido y sus matices infinitos… Interiorizo sus sensaciones hasta rozar el éxtasis.

Celebraba la festividad año tras año, con renovada ilusión; ese día de recuerdos entrañables en que las familias se reunían y rememoraban a sus difuntos con cariño y entusiasmo. Ella era una extraña, a nadie conocía y para casi todos pasaba inadvertida, pero le encantaba entremezclarse con las personas e imaginar que se interesaban por ella, que la querían. Garbeaba a su alrededor y disfrutaba con ellas de la festividad. A través de las ventanas contemplaba con ternura el interior de los hogares, cuya calidez añoraba.
Cada noviembre retornaba por él, y solo por él, hasta aquel rincón de México, aderezado de embrujo. Por el hombre a quien amó y que la amó; porque su recuerdo era poderoso e indeleble y la mantenía encadenada. Lo llevaba impregnado en su esencia y en su espíritu. Se recordaba en sus brazos, en aquella memorable celebración del Día de los Muertos; en que se entregaron el uno al otro. Se dejaron mecer por la sensual melodía hasta perder el aliento. Bailaron hasta el delirio. Se internaron entre los flamboyanes que resplandecían más allá de las palapas. La hierba les brindó un dulce lecho. Miradas, caricias, suspiros, jadeos, promesas… Se amaron con frenesí y se poseyeron. Un juramento de amor eterno quedo grabado en sus venas.
Cuando Magdalena sufrió el trágico accidente, él la acompañó hasta el último respiro y hasta su última morada. Mientras la tierra caía, se mantenía estático, con el semblante demudado y la expresión errante.
Después desapareció. Nunca más lo vio. Se refugió en el olvido, con egoísmo, para asfixiar su propio sufrimiento, ignorándola, borrándola de su memoria. La dejó tirada como a una cháchara y buscó consuelo en otra. Magdalena quedó allí, abandonada, descorazonada, sepultada bajo la gélida losa de un desolado camposanto. Él nunca más se presentó para otorgarle atenciones: unas flores, unas lágrimas, unas palabras, un detalle de amor sobre su tumba... «¡Enamorado mezquino!».
Sin embargo, Magdalena jamás renunciaría a la esperanza de un reencuentro. Se aferraba al anhelo de verlo aparecer para reunirse con ella y compartir sus muertes.

La tarde se consumía, las horas expiraban, la libertad y el optimismo se evaporaban. Debía regresar a su fúnebre tálamo hasta que un nuevo Día de los Muertos la despertara y la trajera de vuelta a la vida.                           


sábado, 28 de octubre de 2017

MUNDOS ROTOS. SON MUCHAS MÁS LAS IGUALDADES QUE LAS DIFERENCIAS

—Os advierto de que este mundo no os gustará nada; y es una verdadera pena, porque hubo un tiempo, varios cientos de años atrás, en el que existió un planeta y un solo mundo, muy hermoso. Lo tenían todo. Absolutamente todo. La gente no lo cuidaba, devastaba sus aguas, su vegetación exuberante e incluso la vida misma. Por si todo esto fuera poco, las personas se maltrataban y se aniquilaban entre ellas. Nadie se conformaba con lo que tenía. Cuanto más avanzada y moderna se creía esa civilización, muchas más diferencias, incomprensión e intolerancia los iban distanciando. La lucha por el poder y las ideologías provocaron enfrentamientos sin fin. Estalló la Gran Catástrofe. La destrucción. Luego, una gigantesca cadena de cataclismos, como consecuencia de lo anterior, hizo temblar los cimientos mismos del planeta. Lo destrozaron, lo redujeron a pedazos.
—Hablas de nuestro planeta, ¡a que sí! ¿Por qué nunca nos lo enseñan, para poderlo aprender? —protestó Elda.

—No interesa sacarlo a relucir. Se ha guardado en el arcón del olvido, como una leyenda pasada de moda. Da vergüenza pensar que seres llamados humanos y considerados inteligentes fueran capaces de destruir  y destrozar su propio mundo, en vez de beneficiarse de él y compartirlo. Ahora tenemos lo que se buscaron: mundos individuales, territorios particulares. ¿Ha servido para algo? No. La insatisfacción sigue reinando. Las personas no se hermanan. Si vuelve a suceder aquello, ya no habrá mundos. Ya no habrá planeta. Habrán conseguido lo que buscaban: Ser los reyes, pero… ¡DE LA NADA! Y yo siento verdadero horror por si aún no hemos aprendido y escarmentado con la Gran Catástrofe. 

sábado, 21 de octubre de 2017

LITERATURA PARA NIÑOS: VOCABULARIO

Escribir para niños es muy difícil, más de lo que la gente cree. A medida que “maduramos” nuestro lenguaje y forma de expresarnos se consolida y se estanca. Los niños y jóvenes, utilizan un lenguaje particular, propio de la edad. Bajarte a su nivel de comunicación y expresarte a su manera es casi imposible, salvo que te muevas entre ellos habitualmente y tomes buena nota.
Carmen Posadas, entre otros,  lo ha dicho en más de una ocasión:

Empezaste publicando cuentos para niños.
Empecé a escribir para niños porque creía que era más fácil. Mentira, ¡escribir para niños es muy difícil! Pero yo creía que lo era porque no me atrevía a intentar la Literatura con mayúscula. Alterno la literatura infantil con la de adultos. Cambio mucho de género. Me divierte probar cosas nuevas cada vez. Y escribo porque es lo único que sé hacer. Para el resto de las cosas soy un perfecto desastre. 
Entrevistador:  Llama la atención, porque siendo una mujer que tiene muchas cosas para decir, y que cuando uno la escucha es muy desenvuelta, a veces en la vida social se mantiene un poco al margen, es curioso eso. Yendo a tu literatura en sí, tú comenzaste escribiendo para niños y después fuiste a la literatura para adultos. ¿Por qué empezaste por ahí y cómo se dio esa transición posterior?
 – Empecé escribiendo para niños pensando que era más fácil, y es mentira, escribir para niños es muy difícil. Siempre he sido bastante insegura, y como además nunca fui a la universidad, me daba un poco de complejo decir que era escritora, entonces empecé escribiendo para niños para abrirme camino. Y tuve suerte, creo que la literatura infantil es un banco de pruebas perfecto, el que sabe mantener la atención de un niño desde luego sabe mantener la atención de un adulto.     
Cito fuentes: 

Respecto a esto se me plantea otra cuestión engorrosa y controvertida: ¿qué vocabulario se debe emplear en obras infantiles y juveniles? Según algunos, el de ellos. Cuanto más ajustado a la edad, más le gustará. De hecho, proliferan ahora colecciones de libros con un éxito rotundo entre dichos lectores. Cada nuevo ejemplar ya tiene el camino regado. Yo preguntaba a una niña de once años el motivo de que le gustaran tanto esos ejemplares seriados. Ella me contestó que porque los personajes hablaban exactamente igual que ellos. No dijo nada del contenido, de la historia, del argumento. La protagonista se convierte en una más del grupo, que habla, piensa, actúa… como esos niños que lo leen. La verdad es que visto desde esa perspectiva es encantadora y muy atractiva, pero a continuación me planteo yo: ¿Cuál es el mejor procedimiento para ampliar el vocabulario de los niños y jóvenes? ¿Haciéndoles memorizar interminables listas de palabras? NO. ¿Ejecutando las tareas de clase? EN PARTE. ¿Leyendo? BASTANTE ¿Hablando? MUCHO. La cuestión es: ¿Cuándo, cuánto y con quién dialogan estos niños? Pocas veces, poco tiempo y la mayor parte con sus amigos y compañeros. Complicado es que aumente lo suficiente y necesario su vocabulario. El manejo del vocabulario debe forjarse e incrementarse desde bien pequeños, pero existen miles de vocablos que apenas se utilizan en el habla ordinaria, común y cotidiana.
Por lo tanto, yo defiendo la inserción y utilización en los libros infantiles y juveniles de un porcentaje razonable de vocablos difíciles y desconocidos para ellos. Esto enriquecerá su vocabulario. ¿Que no las comprenden? No hay problema: eso no impedirá la comprensión general de la historia y del texto; deducirán su significado por el contexto general. Si alguna se les retuerce, que utilicen el diccionario, su uso es muy recomendable. También los adultos se encuentran en sus lecturas palabras desconocidas, que deducen del conjunto o que consultan. Acostumbremos a los niños a lo mismo desde pequeños. Al aprender un idioma no queda otra alternativa que consultar y consultar palabras desconocidas.
Para concluir, no defiendo a rajatabla ninguna de las dos posturas, pero ambas no son incompatibles ni reñidas. Podemos facilitarles ambas cosas: libros de fácil lectura, para que se aficionen y libros con vocabulario algo más complicado, para que perfeccionen su acerbo lingüístico.
Yo leía de muy pequeña muchos libros dirigidos a adultos, por dos motivos principalmente: que no disponíamos de la variedad y cantidad que existe hoy en día y que me gustaban algunos destinados a mayores.


Animaos a opinar al respecto y comentamos. 

viernes, 20 de octubre de 2017

DUELO PSICOLÓGICO

Ayer observé un pulso entre una madre y su hija, de unos seis años, que me encantó por su forma de resolverse.
La niña le pedía a la madre una nuez a gritos y llorando:
 —¡Dame la nuez!
—¿Por qué me gritas? Si no me la pides bien no te la daré.
—¡Que me des la nuez!
—Sigues pidiéndomela con malos modos, así no la conseguirás. Mírame y escúcha lo que te digo.
 Entonces la madre, con toda su santa paciencia le dio todo tipo de explicaciones. La niña se mantenía firme en su berrinche:
Yo te hablo a ti con educación, te quiero y hago lo que sea por ti, pero ¿has visto que te grite? Te estoy indicando una solución muy simple, solo tienes que decirme: “Mamá, me das la almendra, por favor?” Porque, además, sabes de sobra que es una almendra.
—¡Que me des la nuez!
—Has vuelto a equivocarte. Inténtalo de nuevo.
Este combate sicológico duró media hora exactamente. Yo rogaba en mi interior que no cediera o no perdería solo esta batalla, sino la guerra entera. Así lo hizo, hasta que la niña casi reprimió el llanto por completo y fue capaz de decir con una voz tirando a normal.
—Quiero que me des la almendra.
—No lo has dicho bien del todo, pero sé que lo has intentado. Esta vez te la daré, para que veas que mamá está deseando complacerte, pero sobre todo tengo que educarte, porque es lo mejor para ti. Aprende a pedir las cosas bien o no las conseguirás conmigo ni con nadie. Y ahora ya podemos ir a jugar.
El cambio de actitud de la niña fue radical. Sonrió, le dio la mano a su madre y se fueron a los columpios.

En realidad la niña ya no lloraba tanto por la almendra que quería, sino por haber entrado en una espiral de la que no sabía salir. No tenía la capacidad de dar su brazo a torcer, pero tampoco se sentía a gusto con esa forma de portarse. Ni siquiera le dejaba su orgullo decir almendra, cuando sabía de sobra lo que era. Se hallaba en plena tozudez visceral. La madre actuó con mucha inteligencia y acierto, en mi opinión. No se enfadó, pero no mostró debilidad y no cedió. Por otro lado aprovechó el momento idóneo para zanjar la polémica, si llega a esperar por la respuesta perfecta, dudo de que lo hubiera conseguido sin llegar a mayores. Le dio una buena lección a su hija, con las palabras y con el ejemplo.

martes, 17 de octubre de 2017

QUERIDO PAPÁ NOEL

Este año me estoy dando mucha prisa en escribirte porque tengo un problema muy gordo y quiero que leas mi carta antes de que se te amontone todo el trabajo.
 Este año no quiero juguetes, ya tengo muchos, pero que no se enteren mis papás si no me quedaré sin caprichitos. La verdad es que yo vivo muy bien, tengo comida, incluso chuches algunas veces. Mis papás prefieren no comprármelas, pero yo ya sé cómo sacárselas: me pongo seria, digo que no me comprenden, lloriqueo un poco y al final ceden porque me quieren mucho. Tenemos una casa muy bonita, una tele muy grande, mucha ropa, muchos libros, ordenador... Hay muchos niños en el mundo que no tienen nada de eso. En el cole nos han dicho que viven en la calle, sin comer muchos días, beben agua sucia, van descalzos y, claro, no tienen juguetes ni libros ni tele... A nosotros no nos falta de nada. Y tengo la mejor amiga del mundo.
Lo que yo quiero esta vez es una cosa muy difícil de conseguir. Mis papás me tienen muy preocupada. Verás, te lo voy a explicar bien. La casa de mi mejor amiga y la mía están juntas, por eso durante toooooda nuestra vida nos hemos llevado muy bien y nuestros papás también.
Mis papás siempre me han enseñado cómo ser una buena niña y a comportarme bien. No debo decir mentiras, tengo que ser educada con todas las personas, no debo pelearme con mis compañeros, ni hacer desprecios a ningún niño, aunque sea diferente o más pobre, tengo que hablar mucho con mis papás y no salirme siempre con la mía, pedir las cosas por favor y sin pillar rabietas, y muchas más cosas. Pues verás, Papá Noel, ahora ellos hacen todo lo que me dicen que no debo hacer: mienten, se alteran por todo, insultan y se han pillado una rabieta gigantesca porque no se salen con la suya. Se han enfadado con los vecinos, los papás de mi mejor amiga. ¡¡¡La que se ha liado!!! Ya no los hablan, han puesto unas plantas muy altas en la valla del jardín para no verlos, pero lo peor de todo es que ¡no nos dejan jugar juntas! Quieren que me enfade con mi amiga y con sus papás, y si tú supieras lo buena que es ella  conmigo... Si nos cruzamos con ellos en la calle, tiran fuerte de mi mano para que no me pare. ¡Son unos frescos!, no se dan cuenta de que para estar ellos a gusto nos fastidian a nosotras.
Ya no somos felices, Papá Noel, y no vivimos contentos y alegres como siempre. Y ¿sabes cuál es lo peor de todo?, que me marean tanto que hay veces que hasta me parece que siento un poco de manía por mi mejor amiga. Y eso sí que me duele, Papá Noel, me entran ganas de llorar. Yo no quiero que mi amiga y yo nos odiemos, como hacen ellos.
Por eso este año te pido solo una cosa: que todo vuelva a ser como antes, como hasta hace muy poco. Haz que se contenten para que podamos volver a ser felices todos.
Gracias por escucharme, Papá Noel. Esperaré impaciente tu llegada. 
          Un millón de besos

EN BUSCA DEL EXTRAÑO

Para Juan Pérez García los días se descolgaban unos de otros con cansina monotonía. Él dejaba correr las horas, con su pensamiento puesto en el más allá. En el más allá de este mundo, pues no concebía la idea de considerar el más allá de la otra vida hasta no conocer el de la presente.
Juan Pérez García era pastor, a eso lo metió su padre siendo un mocoso. Por tanto, si algo le sobraba era tiempo para pensar mientras contemplaba las montañas que se alineaban tras el valle donde pastoreaba su rebaño. Largas eran las jornadas en que se devanaba los sesos, embelesado por esas historias maravillosas que había oído contar a los indianos, enriquecidos en tierras misteriosas sembradas de abundancia. Sólo que a él las riquezas le traían sin cuidado. Gran cuidado le ocasionaría el acertar a usarlas. Lo que le agitaba el alma y le prendía la curiosidad eran las portentosas diferencias entre las gentes, que oía relatar.
Al último que escuchó fue a El Cubano, que marchó de joven a labrarse un porvenir por esas tierras de Dios y había vuelto, cargado de fortuna hasta las cejas, para envejecer tranquilo en la opulenta casona que le estaban construyendo en las afueras del pueblo. En las concurridas tertulias de la tasca, El Cubano cincelaba escenas de personas y parajes idílicos. «Y eso —repetía— que lo que yo sé no es de la misa la media».
A Juan Pérez García se le mudaba el juicio, y la razón se le torcía cuando oía al indiano referir estas historias paradisíacas. Un día, no menos monótono que tantos otros, le dio por la tremenda y resolvió dar gusto a sus sentidos y a sus sentimientos. Se echó el morral al hombro y se despidió, envanecido, del medio puñado de personas que aunaban su interés. Despuntaba el sol por detrás de aquellas montañas que nunca antes se atreviera a traspasar, enfiló el camino y echó una última mirada a las manos que, tras de sí, orgullosas y apenadas, agitaban sus pañuelos en señal de despedida.
Juan Pérez García atravesó tres hileras de montañas de un tirón. Ni que decir tiene que hubo un momento en que le asaltó la duda y reposó sus pasos. Ni que decir tiene que, al llegar la noche, lo acosó el terror y las tripas se le anudaron. Ni que decir tiene que, al abrirse el nuevo día, la inseguridad se cebó en sus carnes. Mirando indeciso ni adelante ni hacia atrás sino en la dirección del hombro. Vaciló profundamente, pero enfocó el frente y tiró para adelante. Franqueó montañas y macizos, cañadas, ríos y llanuras. Sol tras sol, pertinaces rayos lo abrasaron. Un cuarto de mundo mediaba de distancia hasta su pueblo. Decidió probar su suerte y buscar alguna aldea. A lo lejos, por debajo de donde se encontraba, divisó seres moviéndose. Observó con entusiasmo y con paciencia: ¡¡Sí, parecían los extraños!! Después de echarle un pulso a su temor, encarriló los pasos en aquella dirección. A medida que bajaba tuvo tiempo para comprobar que, tal como presuponía, eran tremendamente diferentes. Llegó hasta ellos y observó.
Espigados y enjutos, su piel tomaba el color del café tostado. Los ojos les brillaban como luciérnagas en la noche. Las barbas, bien pobladas, se ensortijaban como zarcillos. Adornaban sus cabezas con abalorios de colores. El sonido de sus palabras recordaba el de la lluvia. ¡Qué suerte la suya!, había descubierto los primeros seres diferentes. ¡Y qué diferentes eran! Sus viviendas ni siquiera parecían casas: estaban asentadas sobre el follaje de tupidos árboles.
Juan Pérez García se sintió desconcertado cuando varias de aquellas personas se aproximaron a él, lo condujeron hasta el centro del poblado y le ofrecieron su comida. Continuó atónito porque nadie preguntó su nombre, de dónde venía o qué buscaba allí. Su perplejidad fue aún mayor cuando, al caer la noche, dos niños lo tomaron de la mano y le ofrecieron un lecho junto a ellos en la copa de un gran árbol. Aquellos extraños lo vieron agotado y lo ayudaron. No existían muros ni fronteras en el corazón de aquellas gentes.
Amanecía. Tan pronto como la luz del sol cosquilleó sus ojos, se asomó excitado al exterior y descendió del árbol, desbordado por las ansias de contemplarlos. Vivió entre ellos satisfecho y apreciado, estudiando con ahínco las preciadas diferencias.
A medida que los días transcurrían una decepción indescriptible derruía sus anhelos. Los extraños ya casi no lo parecían; tenían un par de ojos alegres y vivarachos, cinco dedos en cada mano, dos piernas los sostenían, y no andaban de forma inusual ni a cuatro patas. No poseían ningún rasgo excepcional que los diferenciase de la idea de persona que él traía. Sus gestos y ademanes eran clavados a los de sus paisanos. Sonreían como siempre había visto hacerlo. Las mujeres alumbraban a sus hijos como su madre lo había alumbrado a él. Envejecían, enfermaban, sentían el dolor... Allí no concluía su búsqueda. A pesar de ello, dejó transcurrir algunos días; su estancia en el poblado era feliz. De haber sido un personaje destacado no hubiera recibido mejor trato. Nada le pidieron y le dieron todo.
Llegó el momento de decir adiós. Lo aprovisionaron de alimentos y de útiles para el viaje. Se fue del lugar mientras muchas manos, tras de sí, agitaban ramas en el aire en señal de despedida.
Reanudó el viaje, cruzando valles y llanos, pantanos, ciénagas y lagos. Luna tras luna; muchos astros arrullaron la desazón de sus noches, hasta que intuyó haber corrido medio mundo. Buscó algún pueblo. Divisó casas guarecidas en el corazón de una montaña. Se sentó a observar y a meditar. Antes de caer la noche ascendió el camino, dirigiéndose al lugar. Los desconocidos lo vieron acercarse y salieron a su encuentro en espontánea procesión. Juan permanecía inmóvil. Lo rodearon y condujeron hasta el mismo centro de la aldea. Le ofrecieron un lugar entre ellos, sus alimentos, su bebida… Él comía y contemplaba. Sin duda, se hallaba entre los extraños: muy bajos, del color del azafrán, ojos pequeños y profundos, casi ocultos entre unas cejas muy pobladas. Sus palabras fluían como silbos. Usaban gorros puntiagudos y ropas apretadas.
Mientras la luna trepaba por el cosmos y las estrellas titilaban vivarachas, ellos bebían, hablaban y reían, sentados en un corro. A la hora de acostarse todos le abrían sus puertas invitándolo a pasar. Conmovido, eligió la más cercana. Lo acomodaron en un catre perfumado con hierbas olorosas. Por el ventanuco, una pícara luna coqueteaba en su pupila mientras se balanceaba insinuante entre las curvas de los tesos. Disfrutaba de aquel paisaje nocturno, fascinado por tanta amabilidad, por disponer de una agradable cama, porque nadie le preguntaba quién era él, de dónde procedía o qué buscaba. Aquellas gentes no marcaban diferencias entre razas ni culturas.
El fresco tempranero lo espabiló y lo impulsó hacia el exterior, deseaba con vehemencia contemplarlos cuanto antes. Permanecería en esta aldea el tiempo necesario para analizar las diferencias. Poco a poco, y sin remedio, el desconsuelo lo abatió. Con los días, las celebradas diferencias se desvanecían. Aquellos seres trabajaban y sudaban como los labriegos de su pueblo en los tiempos de la mies. En lo alto un pastor miraba anhelante las llanuras, a lo lejos; cuidaba unas ovejas achaparradas, pero que pastaban y se movían en rebaño, como todas. Las mujeres amasaban, cocinaban, lavaban... Algunos hombres picaban piedras y las acarreaban, otros cazaban, otros tallaban... trabajaban para subsistir. Actividades comunes. Cuando los niños jugaban, sus expresiones, sus risas, sus reacciones eran como las de cualquier niño medio mundo más allá. Lamentablemente, lo que buscaba no estaba allí. Aun así, no se arrepentía de su estancia entre personas que lo trataban como se trata al mejor amigo. A la hora de partir, numerosas manos agitaban cuencos con guijarros cantarines, para despedirlo.
Retomó su búsqueda, cruzó marjales, bosques, selvas, pedregales y desiertos. Aurora tras aurora, abundantes alboradas renacieron. Se encontraba en algún punto muy lejano. Ante su incrédula mirada la tierra empezó a trocarse en hielo. La desconfianza se apoderó de él, pero aún tuvo la audacia de avanzar un poco más. Giró en torno suyo y contempló con estupor que solo el hielo lo rodeaba por completo. Debía estar en un lugar tan remoto del mundo, tan inhóspito, en el que, seguramente, ningún ser humano había podido resistir. No tenía elección, la evidencia lo obligaba a volver sobre sus pasos, pero la vista se le nublaba, sus pies ateridos de frío no lo obedecían y, dulcemente, fue dejándose atrapar por un irresistible sueño.
Yacía en una carreta deslizante cuando alzó sus párpados. La blancura resultaba cegadora, perturbada únicamente por sombras que se movían ante él. Cálidas y confortables pieles lo cubrían. El trineo se paró y las sombras se acercaron. Lo miraban sonrientes. Solo podía distinguir unas caras del color de la canela y unos ojos muy rasgados, el resto de sus cuerpos estaba velado por las pieles. Lo alzaron entre cuatro y le metieron en el interior de una vivienda, que también era de hielo, pero habitable; tenía lechos en el suelo y rústicos utensilios de cocina. En poco tiempo la morada se llenó de gente que lo miraba y sonreía. Frotaban su cuerpo, insensible aún, con aceites y ungüentos. Lo alimentaron, lo arroparon y le hicieron compañía hasta que lo creyeron dormido. Intercambiaban entre ellos un lenguaje que parecía una cadencia de susurros.
Juan Pérez García reflexionaba sobre todo aquello, convencido de que ahora sí había conseguido su objetivo: conocer las grandes diferencias. Tan distintos eran que ni siquiera parecían pertenecer al mundo real. ¡¡Qué suerte la suya!! Los extraños lo habían encontrado a él, aunque se sentía tremendamente impresionado por tan esmerados cuidados; lo trataban como si fuera un hermano. Su sorpresa fue en aumento al considerar que nadie le había preguntado qué buscaba en aquel rincón olvidado del mundo ni cómo había llegado hasta allí ni qué esperaba conseguir. Sólo lo cuidaban con ternura. Estas personas no lo habían rechazado por sus pensamientos, opiniones o tendencias, ni se habían preocupado de ellas.
Abrió los ojos embriagado por un delicioso bienestar. Se incorporó en el lecho. Todos los que lo observaban en silencio se aproximaron hasta él. Lo arroparon, lo abrigaron y le indicaron sonrientes que saliera. Así lo hizo y abordó el exterior con frenesí, con ánimos de investigar tan destacadas diferencias. Decidió quedarse entre ellos solo el tiempo suficiente para conocerlos más a fondo.
El tiempo fragmentó su dicha y la frustración lo acometió. Al ahondar en las exóticas costumbres, estas perdían su rareza.  Las madres amamantaban a sus hijos como fue amamantado él, y antes de él, su padre, y su abuelo. Estrechaban a sus retoños en el regazo con un cariño inconfundible. Los hombres pescaban y despellejaban animales para aprovechar la piel y el alimento. Cuidaban de los ancianos como poco antes lo habían cuidado a él. Allí tampoco estaba lo que buscaba, pero saboreó sus delicadas atenciones, descansó un tiempo y conoció mejor a aquellas gentes.
Cuando llegó la hora de partir, lo acompañaron hasta el límite en que la tierra se arrepiente de ser hielo. Muchas manoplas eran agitadas, tras de sí, al despedirlo.
Desanimado y desalentado se encontraba Juan Pérez García, con la certeza de que su búsqueda había terminado. No encontraría la clase de diferencias que salió a buscar.
Transitó por desiertos, estepas, abismos, eriales, desfiladeros, y gargantas. Ocaso tras ocaso, incontables crepúsculos lo mecieron, hasta que chocó con un gigantesco océano que surcó en una barquita. La tempestad se desató y zarandeó la barca sin piedad, manejándola a su antojo. Juan Pérez García se sintió perdido. Se tumbó en el fondo de la barca, bajo el inclemente sol marino, resignado a conocer antes de lo que esperaba el más allá de la otra vida. Interrumpieron su letargo unos cánticos angelicales que enardecían los sentidos. Se incorporó y localizó la procedencia del sonido. La tempestad había amainado. Un desfile de canoas se acercaba a su barca. La estampa era tan bella que debía de encontrarse en el cielo, sin lugar a dudas. Los ocupantes de las canoas, arrastraron la barca a la deriva, aproximándola a una playa tan hermosa y tan exótica que ni en el mejor de sus sueños se habría imaginado. Un inmenso tapiz de arenas blancas y sedosas limitaba por un lado con el océano, por el otro con un oasis de estilizadas palmeras, entre las cuales se distribuían las chozas de los habitantes.
¡Qué diferencia de personas! Tenían el color de la aceituna. Los ojos rutilantes y almendrados. Vestían escuetas ropas de pétalos y plantas, y sus pies se movían libres. Sus palabras sonaban como música, de sus gargantas brotaban acordes, trinos, melodías... Lo lavaron, lo afeitaron, lo perfumaron, lo vistieron de flores a la usanza. Lo pasearon por la aldea sobre un palanquín, desde el que averiguó que el agua los rodeaba por completo; se encontraba en una isla situada en el corazón del océano. Lo posaron; la gente desfilaba ante él, colocando a sus pies cestas repletas de jugosas y exuberantes frutas. Hubo una fiesta en su honor en la que todos, sin excepción, bailaron y cantaron. Aquellas personas en un ritmo trepidante cimbraban sus cinturas como juncos acariciados por el viento. Se sintió perplejo porque lo habían agasajado como si le debieran la vida. Siguió perplejo porque nadie le había preguntado qué quería, qué intenciones lo guiaban, o quién lo enviaba hasta ellos. Su perplejidad fue aún mayor porque lo agasajaban mejor que a un amigo, mejor que a un hermano, como a un hijo pródigo. Cuando el cansancio los rindió se retiraron a sus chozas, alojándolo en la principal. A esas gentes no les importaban la humilde condición, el nivel o la categoría, ni fama ni popularidad.
La brisa salubre lo espabiló y abandonó la choza. Bajo la agradable caricia de los retozones rayos de sol, se dispuso a examinar a fondo las maravillosas diferencias.  Se preparaba una boda. Juan Pérez García se entusiasmó porque tendría la oportunidad irrepetible de presenciar este acontecimiento universal, entre los seres extraños. A su alrededor la gente se afanaba: cocinaban, decoraban apetitosas bandejas de alimentos, ornamentaban el poblado, se acicalaban con esmero y se engalanaban. Al cruzarse, los novios intercambiaron miradas sensuales, apasionadas y rebosantes de complicidad, como cualquier otra pareja de enamorados. En lugar de intercambiar anillos, intercambiaron sus collares. Se celebró un gran festín, entre aclamaciones, cánticos y bailes. Un venerable anciano los unió. La emoción se palpaba en cada ser. ¿¡Qué había de extraño en todo aquello!? Presenciaba la escena más antigua del mundo. ¿Dónde estaban las marcadas diferencias? Una desolación atroz tiró por tierra sus últimas esperanzas.
Le costó dejar aquel lugar donde la dicha lo envolvía, donde era un ser querido y venerado. Pero decidió regresar con la misma determinación que lo impulsó a partir. Los supuestamente extraños lo acompañaron con sus barcas hasta que la suya se borró en el horizonte. Cruzaron sus manos sobre el corazón en señal de despedida, no las agitaron en el aire. Le comunicaban que él ocuparía un lugar en su interior.
El retorno fue agotador. Desanduvo todo un mundo. Se sucedieron soles, lunas, auroras y ocasos. Le pesaba no haber podido entender las diferentes lenguas, pero lo colmaron de comprensión, y hubo un entendimiento natural. Las palabras no fueron obstáculo ni impedimento.
Al fin se hallaba en su tierra, no lejos de su pueblo. La noche lo sorprendió extenuado por los rigores del camino. Las fuerzas le fallaron. Paró en un pueblo desde el que se habría visto el suyo, de no hallarse embozado por montañas. Buscó una casa para pedir cobijo.
—¿Quién va? —preguntaron.
Juan Pérez García, un paisano de aquí al lado —contestó.
El portón se cerró violentamente.
—¡Vete! ¡No te conocemos!
Buscó otra puerta y pidió ayuda.
—¿Qué quieres? —soltaron con aspereza y de mala gana.
—Alojamiento, por favor —rogó.
—¡Lárgate! No recibimos a extraños y menos a estas horas.
Vagó desalentado hasta dar con una tasca, que aún estaba abierta. Entró en ella para guarecerse. Al momento, un grupo de hombres lo rodeó y se burló de su desaliñado aspecto. Le preguntaron qué hacía allí, qué andaba buscando, qué intenciones ocultaba,  a dónde se dirigía....
—Soy un paisano —exclamó—, mi pueblo está ahí al lado, soy de...
No lo dejaron continuar. Esta respuesta los irritó y los enfureció.
—¡Tú! ¿Tú, un paisano? ¡Menuda pinta!
—¡A saber de dónde habrás salido!
—No creemos que te guíen buenas intenciones.
 Juan Pérez García intentó explicarse. No quisieron ni escucharlo. Lo expulsaron del local sin contemplaciones. A empujones.
—Aléjate de aquí y no vuelvas a tentar tu suerte, que hoy ha estado de tu lado. Menudas pintas de bandido tienes.
Se retiró de las casas, rendido y desmoralizado. Se puso a resguardo entre las ruinas de un molino, para esperar pacientemente el día. No lo despertaron los primeros hilos de luz, sino un grupo de personas que lo acorralaba. Fue hostigado y amenazado.
—Estas tierras son nuestras. ¿Qué haces tú en ellas?
—¡Fuera de aquí intruso!
—¡Advenedizo!
 Juan Pérez García sintió una amargura asfixiante. Hablaba el lenguaje de aquella gente, pero no entendía sus expresiones ni su actitud. Le escupían palabras como truenos iracundos. Resultaba incomprensible. Le cerraban sus puertas sin motivo. No le brindaban ni una sola oportunidad. Su amargura y decepción fueron mayores al reconocer que sus aparentemente iguales no lo aceptaban. Comprendió que para ellos él era el extraño. Se alejó de allí mientras un grupo de manos en el aire arrojaban piedras contra él.
Un cálido bienestar lo reanimó con la primera linde que lo situó en su pueblo. Allí todo fueron bienvenidas y atenciones. Disfrutaba, colmando de palabras la sed por escucharlo. Prodigaba los detalles acerca de sus andanzas y aventuras, sin escamotear ni la más pueril mueca. Después volvió a los pastizales a ocuparse del rebaño.
Desde su vuelta, Juan Pérez García miraba las montañas con nostalgia, pero pleno y realizado. El más allá y los extraños estaban a su lado. No hubiera precisado alejarse tanto para descubrirlo; pero conoció, gracias a ello, la tolerancia y la bondad entre las gentes más lejanas.  Se sentía feliz; su viaje había merecido la pena. Siguió soñando, mientras dejaba volar sus pensamientos. Había comprendido que las mayores diferencias solo afectan a los aspectos más banales, en los valores humanos se minimizan; que la diversidades son maravillosas por ennoblecer a cualquier ser, excepto a quien reniega de ellas. Las desemejanzas no nacen en la distancia ni en los condicionantes externos, brotan en el alma; son cualidades con infinitas tinturas. La naturaleza no crea al extraño, lo crea el sentimiento.

Contempló las montañas que se alineaban tras el valle con la sonrisa pintada en su rostro. Sabía que un gran mundo, muy lejos del suyo, le ofrecía su amistad y su hospitalidad.

domingo, 8 de octubre de 2017

SINCRONIZADOS

Su amor: el más bello,
auténtico, sentido...
Se perdían alma en alma,
desnudos de corazón,
y de atavío.
Temblaban.
Entrega y cesión completas.
Culminación.
Pero… en la cima…
quien no se mantiene, cae.
Resbalón.
Cada cual esperó en vano
asirse a la mano amada.
No la tendió.
Inevitable descenso.
No brotaron las palabras.
Distancia y tiempo…
lejanos. Después,
con nostalgia se buscaron.
Se encontraron.
Expresaron de un tirón
cuanto horadaba sus entrañas.
Sincronismo en el discurso,
ninguno quiso escuchar.
Siguen sendas paralelas.
De aquellas
que no se juntan.
Jamás.

jueves, 5 de octubre de 2017

AÑORANZA

Tal vez no recuerdes más aquel lamento
que se nos fugó de entre los labios 
sin  holgura
y que, ajeno a todo intento de cordura,
levita aún cual manifiesto etéreo,
en remembranza de otros gozos 
y locuras.
Anhelo en vano recuperar esos momentos
de sangre ardiente y amor desenfrenado,
sorber a besos tu placer sesgado,
y retornar al tuyo y mío, siempre 
deleitable,
crepúsculo de dichas y soslayos.

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