Ayer observé un pulso entre una madre y su hija, de
unos seis años, que me encantó por su forma de resolverse.
La niña le pedía a la madre una nuez a gritos y
llorando:
—¡Dame la
nuez!
—¿Por qué me gritas? Si no me la pides bien no te la
daré.
—¡Que me des la nuez!
—Sigues pidiéndomela con malos modos, así no la conseguirás.
Mírame y escúcha lo que te digo.
Entonces la
madre, con toda su santa paciencia le dio todo tipo de explicaciones. La niña
se mantenía firme en su berrinche:
Yo te hablo a ti con educación, te quiero y hago lo
que sea por ti, pero ¿has visto que te grite? Te estoy indicando una solución
muy simple, solo tienes que decirme: “Mamá, me das la almendra, por favor?”
Porque, además, sabes de sobra que es una almendra.
—¡Que me des la nuez!
—Has vuelto a equivocarte. Inténtalo de nuevo.
Este combate sicológico duró media hora exactamente.
Yo rogaba en mi interior que no cediera o no perdería solo esta batalla, sino
la guerra entera. Así lo hizo, hasta que la niña casi reprimió el llanto por
completo y fue capaz de decir con una voz tirando a normal.
—Quiero que me des la almendra.
—No lo has dicho bien del todo, pero sé que lo has
intentado. Esta vez te la daré, para que veas que mamá está deseando complacerte,
pero sobre todo tengo que educarte, porque es lo mejor para ti. Aprende a pedir
las cosas bien o no las conseguirás conmigo ni con nadie. Y ahora ya podemos ir
a jugar.
El cambio de actitud de la niña fue radical. Sonrió,
le dio la mano a su madre y se fueron a los columpios.
En realidad la niña ya no lloraba tanto por la
almendra que quería, sino por haber entrado en una espiral de la que no sabía
salir. No tenía la capacidad de dar su brazo a torcer, pero tampoco se sentía a
gusto con esa forma de portarse. Ni siquiera le dejaba su orgullo decir almendra, cuando sabía de sobra lo que era. Se hallaba en plena tozudez visceral. La madre actuó con mucha inteligencia y acierto, en mi
opinión. No se enfadó, pero no mostró debilidad y no cedió. Por otro lado aprovechó el momento idóneo para zanjar la polémica, si llega a esperar por la respuesta perfecta, dudo de que lo hubiera conseguido sin llegar a mayores. Le dio una buena
lección a su hija, con las palabras y con el ejemplo.
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