domingo, 31 de marzo de 2019

UN CABO SUELTO



La causalidad hizo que descubriera, en aquella tienda tan innovadora, unas alas teledirigidas con las que podía volar una persona. Se sintió afortunado, pues el destino había puesto en sus manos el instrumento idóneo para perpetrar el crimen perfecto. Después de programar las coordenadas del Annapurna, se las regaló a su mujer; a esta le encantó un artilugio tan sofisticado y práctico. En cuanto surcó los aires con ellas, el marido corrió a deshacerse de todas sus cosas. Convirtió la casa en un nidito de amor. Disfrutó de una romántica cena con su amante: velas, flores, música, unas copas...  En pleno ajetreo y fiebre pasional sonó un mensaje de voz:
«Querido, tu regalo es divino. Hice shopping por varias ciudades y luego visité a mi madre. Le entusiasmaron tanto las alas que se empeñó en probarlas. No logré que desistiera, ya sabes cómo es. Ahora va camino de casa. Llegará en cualquier momento, ¿te importaría ir preparándole alguna cosilla para cenar?».
El marido se precipitó hacia el cajón secreto; su rostro se tornó lívido.
«Por cierto —sonó un nuevo mensaje—, no te molestes en buscar el telemando donde lo escondiste; caí en la cuenta a tiempo y me lo llevé. ¡Menos mal que logré resetearlo y cambiar ese destino tan disparatado!».

viernes, 29 de marzo de 2019

MI NUEVO LIBRO


No te pierdas esta obra, tal vez te descubras a ti misma. De hecho, aunque no te encuentres entera, es seguro que alguna parte tuya hallarás.

Lee despacio porque esconde mucho más de lo que aparenta.
¿Tienes más de 45 años? Esta obra es para ti. Y si no los tienes..., también: grandes reflexiones sobre pequeñas cosas; y grandes temas para reflexionar. Impregnado en todo momento  por el humor y la ironía.
Protagonistas: cenicientas anónimas, y ni siquiera eso: sin hada que las proteja y las atavíe de modelos, ni príncipe que dé su reino por ellas, ni belleza que cautive a primera vista.
Mujeres que viven la vida, luchan y avanzan: sin hacer ruido, sin laureles, sin aplausos.

¿A QUÉ ESPERAS? ¿TE LO ESTÁS PENSANDO? 

SINOPSIS
¿Las mujeres somos personas corrientes y simples? ¿Somos débiles, o de segunda clase? ¿Tenemos una vida fácil? Todas sabemos que no. Somos luchadoras, supervivientes, nos enfrentamos a un mundo hostil y sembrado de obstáculos: las garras de la moda, las cadenas del aspecto, los cánones de la belleza y de la estética, los convencionalismos, la presión social, las exequias a la juventud, la desestima por la edad... Sin embargo, los sorteamos, los combatimos con valentía y seguimos adelante. Os invito a introduciros en la piel de las protagonistas de esta entretenida novela, a dejaros atrapar por el humor. Su ironía y sus divertidos episodios suscitarán sonrisas y risas; mejorarán el estado de ánimo. Aprendamos de estas heroínas del «día a día» a renacer en cada nueva experiencia.
Amalia tiene problemas, Berta tiene problemas, y Caroli, Diana, Emi, Felisa, Gloria... Como todas las mujeres. El azar las hace coincidir, sus caminos se entrecruzan. Esos encuentros fortuitos darán lugar a situaciones y coyunturas amenas, que influyen en su futuro y en sus decisiones. Compartirán anhelos, deseos, frustraciones..., la realidad de sus vidas. Entre ellas nace una sincera amistad, que dará un nuevo sentido a su rutina.

viernes, 8 de marzo de 2019

SERÉ INVISIBLE


Marcela permanece absorta, con la vista clavada en la ventana, pero sin ver nada. Su mirada no se detiene en aquella celosía ni en la tapia que hay detrás. Se pierde, se remonta más allá de todo tiempo y espacio. De pronto sus ojos oscilan levemente y se posan sobre un gato que se detiene en el alféizar. Lo contempla. Él la contempla. Ambos se miran fijamente a los ojos. Marcela lo envidia. ¡Cuánto lo envidia! Quisiera ser como él: libre. Como el viento. Como los pájaros, para poder volar.
Lucha por ser invisible. Aún no lo es del todo, pero lo conseguirá. Cada vez está más cerca de ello. Puede permanecer estática muchas horas; sin parpadear, sin inmutarse, sin llorar, sin respirar apenas, y vaciarse de sentimientos. Cuando detiene el pensamiento, lo hace libre, lo dirige y lo controla. Logra que traspase esos muros y se aleje de allí. Muy lejos. Cada vez más lejos.
Sin embargo cuando aparece ese diablo; esa fiera que tiene por marido, la invisibilidad se desvanece. Él sí la ve. Por suerte, no siempre. Pero hay dos cosas para las que jamás le pasa desapercibida: para violarla; para descargar y desfogar en ella, con saña, toda la ira y despecho acumulados durante el día.
Marcela ha perdido la cuenta del tiempo que lleva sin ver a un ser humano. Sin considerarse un ser humano. Porque aquello con lo que está forzada a vivir, no lo es. La retiene, encerrada, secuestrada; deshumanizada.
De vez en cuando alguna mujer la visita. Solo mujeres, que no le sirven de nada: no la comprenden. La enjuician. La tratan con desdén, incapaces de aceptar lo diferente. Solo es una occidental libertina, una perdida y desvergonzada, una hereje —como su «ejemplar» esposo ha  difundido—. Lejos de compadecerse, le dan consejos para que sepa agradar a su marido:
 «No lo obligues a portarse mal. Respétalo. ¡Pobre hombre! No le dejas más remedio que actuar así. No puede permitirse que salgas a la calle».
Y se van rumiando para sí:
«¡Impúdica! ¡Bastante suerte tiene con que no la repudie y la lapide!».
Prefiere estar sola. ¡Sola! Sin él y sin nadie, en aquel micromundo hostil. Por eso, cada día, cuando finaliza las escasas rutinas de la casa, practica la inmovilidad, la inexistencia. Desea ser invisible, callejear como los animales, aunque el hambre y la miseria la consuman. Todo menos el entierro en vida. Pero llega la bestia y la descubre, aunque esté paralizada…, dormida. La insulta, la pega, la escupe… Si habla porque lo agravia; si calla, porque lo ofende. La golpea sin piedad y después la fuerza y derrama en ella el obsceno fluido que la degrada y envilece. Incluso a ella la suerte la sonríe algunos días y ello (él) la ignora.
Al principio pidió ayuda, en las casi inexistentes ocasiones en que transitaba un presunto ser por la calleja; también echó algunas notas escritas por la ventana. Pero, aquellos que, por casualidad, encontraban y entendían su mensaje se apremiaban, escandalizados, a informar a su marido.
En esas ocasiones las palizas y torturas fueron, si eso cabe, más terribles y crueles. Su cerebro clama por la muerte, pero su corazón se resiste. Su hijito la espera, él no sabe que  tal vez no vuelva a verla. Seguramente la ha olvidado ya. Hace cinco años que lo dejó al cuidado de los abuelos. Él acababa de cumplir tres. ¡Maldita la hora en que ese malnacido se cruzó en su camino! ¡Maldita la hora en que no escuchó las advertencias!: «No vayas. Tendrás problemas… Todos cambian cuando retoman sus raíces…».
Se dejó convencer para visitar su país, era tan tierno por entonces… Nunca regresaron. La encerró en ese antro, del que no volvió a salir. Se siente tan sucia y asqueada, tan rota de sufrimiento, que el alma y el corazón le duelen más que su cuerpo. Llega la noche y con ella las humillaciones, los insultos, las amenazas, los golpes…  «¡Zorra! Cualquier día te mato». Lo conseguirá, ella sabe que lo conseguirá. Cada vez es más violento. Por eso ha de volverse pronto invisible, para huir, para no volverse loca.
El día se le ha dado bien; las prácticas, magistrales. Cree estar a punto. Ha llegado el momento de demostrárselo. Él entra. Ella no se inmuta. La mira. Grita. Primer bofetón: la tira al suelo. Trata de aguantar impasible incluso la paliza; pero al no quejarse, al no chillar, él se irrita más, odia más, se endemonia.  Cree que daña poco y golpea con más fuerza. Le patea el vientre, el pecho, la cabeza… Casi prefiere que la mate de una vez y así poder descansar de todo aquello.
Y casi es así: la deja medio muerta. Se detiene, la contempla y observa que no reacciona. Incluso se asusta. No tiene buen aspecto. La tumba en la cama.
Ella sonríe con la mente. La felicidad la embriaga. Al fin se ha salido con la suya. Ya no siente molestias. Nada duele. Se eleva. Contempla su cuerpo inerte sobre la cama. Lo observa a él. Toda su hombría rodando por el suelo. Allí, y solo, no es nadie.
Marcela echa una última mirada a su envoltura y se va. De vacío. No necesita nada. Puede cruzar por delante de la gente sin que se enteren. Al fin es invisible.
Comienza su viaje astral. Viajará hasta su hijo. Debe darse prisa, mientras su cuerpo aguante en ese estado. Preferiría llevárselo consigo, para que su chiquitín la viera, pero eso es imposible; el monstruo ni muerta la dejaría escapar de aquellas cuatro paredes. Además, a su hijito no le iba a gustar, está tan estropeada... Sería incapaz de reconocerla. Sin embargo…, aunque su pequeño no advierta su presencia, ella sí lo verá, lo abrazará y velará por él. Desea tanto acariciarlo.
Flota, levita, vuela. Nada puede detenerla ni controlarla. La libertad la vuelve loca; eso que antes siempre tuvo y tan poco valoró.
Ya es invisible. Ya es libre.

lunes, 4 de marzo de 2019

PERO... ¿YA NO TE ACUERDAS?


Casi siempre ocurría lo mismo: en mitad del paseo, los caminos jugaban a confundirlo, y las calles y espacios se convertían en laberintos. En aquellos momentos sentía un enorme desasosiego y desamparo.  La última vez que se perdió, se sentó en las escaleras de un portal y el conserje le prestó su ayuda. Sin embargo, cuando este le pedía información, era incapaz de recordar su dirección o de encender el móvil o de aportar ni el más mínimo detalle. La mente se le emborronó y las repetitivas advertencias de sus hijos resonaban en su cabeza como ecos muy lejanos y difusos:
«¡Papá, si estabas a dos pasos de casa!».
«Te he dicho que lleves el teléfono siempre encendido».
 «Solo tienes que marcar un número del uno al cinco».
«Llevas todos los datos anotados en la cartera, ¡sácala y los miras!».
«¿Por qué no avisas de que vas a salir?».
.................................................
Cuando al fin se encontraba relajado en su sillón, y las penumbras del pensamiento comenzaban a disiparse, se hacía la firme promesa de no salir más para evitar la vergüenza y la agonía; pero una y otra vez se le olvidaba.

TIERRA, SOLO TENEMOS UNA



Seres mutables planean sobre nosotros,
se desprenden de su fulgor y su esencia
y la prodigan.
Infinitas veces se desvanecen
y otras tantas se recomponen,
adquiriendo formas híbridas
entre centauros, fénix, tritones,
unicornios, grifos, esfinges, elfos,
pegasos, gigantes, valquirias, dragones...
y demás especies de vaho y aura,
de afecto y alma.
Caprichosas figuras que protegen
a la madre Tierra y sus elementos
desde el comienzo de las eras.
No desfallecen, infatigables combaten,
pero las fuerzas humanas interfieren su labor,
se empeñan en destrozarla.
No la valoran, solo viven el momento: su momento;
el de los demás no importa.
Y el poder de estos seres
no basta para regenerar el equilibrio.
Seguirán persistentes, aunque muchos
de los suyos caigan y se debiliten.
Perseverarán en regenerarla,
mientras puedan y los dejen.
No es de extrañar que algún día,
no distante..., su misión pierda el sentido
y mute, al igual que muta el ser. 
Tal vez muy pronto su cometido en la Tierra
consista solo en hacerla renacer.

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