Seres
mutables planean sobre nosotros,
se
desprenden de su fulgor y su esencia
y
la prodigan.
Infinitas
veces se desvanecen
y
otras tantas se recomponen,
adquiriendo
formas híbridas
entre
centauros, fénix, tritones,
unicornios,
grifos, esfinges, elfos,
pegasos,
gigantes, valquirias, dragones...
y
demás especies de vaho y aura,
de
afecto y alma.
Caprichosas
figuras que protegen
a
la madre Tierra y sus elementos
desde
el comienzo de las eras.
No
desfallecen, infatigables combaten,
pero
las fuerzas humanas interfieren su labor,
se
empeñan en destrozarla.
No
la valoran, solo viven el momento: su momento;
el
de los demás no importa.
Y
el poder de estos seres
no
basta para regenerar el equilibrio.
Seguirán
persistentes, aunque muchos
de
los suyos caigan y se debiliten.
Perseverarán
en regenerarla,
mientras
puedan y los dejen.
No
es de extrañar que algún día,
no
distante..., su misión pierda el sentido
y
mute, al igual que muta el ser.
Tal
vez muy pronto su cometido en la Tierra
consista
solo en hacerla renacer.
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