Casi siempre ocurría lo mismo: en mitad del paseo, los caminos jugaban a confundirlo, y las calles y espacios se convertían en laberintos. En aquellos momentos sentía
un enorme desasosiego y desamparo. La última vez que se perdió, se sentó en las escaleras de un portal y el conserje le prestó su ayuda. Sin embargo, cuando este le pedía información, era incapaz de recordar su dirección o de encender el móvil o de aportar ni el más mínimo detalle. La mente se
le emborronó y las repetitivas advertencias de sus hijos resonaban en su cabeza como ecos
muy lejanos y difusos:
«¡Papá, si estabas a dos pasos de casa!».
«Te he dicho que lleves el teléfono
siempre encendido».
«Solo tienes que marcar un número del uno al
cinco».
«Llevas todos los datos anotados en la
cartera, ¡sácala y los miras!».
«¿Por qué no avisas de que vas a salir?».
«¿Por qué no avisas de que vas a salir?».
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Cuando al fin se encontraba relajado en su sillón, y las penumbras del pensamiento comenzaban a disiparse, se hacía la firme promesa de no salir más para evitar la vergüenza y la agonía; pero una y otra vez se le olvidaba.
Muy bonito y gráfico... me recordó mucho a una película animada española: arrugas. Te la recomiendo. Trata de alzeheimer también. Te quedó tierno, lo leí en voz baja, casi susurrando. Se me ocurre que sería bonito grabarlo. Me dejarías?
ResponderEliminarComéntame aquí que no marque el aviso en el otro y así me llega un correo y me entero. Gracias, Tina. Buen relato :)
ResponderEliminarMuchas gracias, amigo Eduart. Encantada si quieres grabarlo, quedará muy bonito.
ResponderEliminarNo entiendo bien el segundo comentario. No sé si te referirás a esto: para recibir avisos de las publicaciones del blog, hay que escribir el correo al que quieres que te lleguen en la casilla de la derecha donde dice "Para notificaciones añade aquí tu correo".