viernes, 20 de enero de 2017

PROYECCIÓN Nº 20

A Jal el sueño se le escabulló antes de usarlo. Suspendió su cama frente al mirador y se deleitó ante la temprana eclosión floral, cuyos matices reverberaban en los revestimientos esmaltados del exterior.
El día prometía éxito y lo inició con una vaporización de distensión e higiene, que dilató al máximo para paladear la placidez entre las burbujas sedosas. Mientras todos los poros de su piel se tonificaban y recomponían, Jal, que albergaba crecientes esperanzas de alcanzar el galardón, se entregó a la fantasía, imaginándose en medio de un discurso repasado casi empalagosamente.
Ya se soñaba en el crepúsculo de la fama, aclamado, ensalzado.
 «Todo mi ser irradia complacencia hacia quienes han considerado mi obra merecedora de tan alto mérito, y han depositado en mí su inconmensurable estima. Al otorgar su confianza a un ente simple, de limitadas referencias aún, hacen gala de su reconocida ecuanimidad. Este galardón me brinda…, nos brinda una senda henchida de posibilidades, por la que pienso avanzar con perseverancia. Seré fiel a la enseña que desde ahora llevo ya prendida. Es un proyecto ambicioso, lo sé, pero he aplicado en él todas mis capacidades, sin restricciones; en el empeño de conseguir una proyección sin precedentes: vital, perceptiva, sensitiva…, que abra las puertas a un futuro prometedor, orientado a nuevas perspectivas. El ente necesita experiencias revulsivas, que lo evolucionen hacia…»
El sonido de su alertador lo devolvió a la realidad y lo apremió a apresurarse. Aquel podía ser el día más notable de toda su existencia.
No obstante, una enojosa sombra se interponía entre la dicha y él: su novia, Plesia, que había renunciado a todo. Al principio la experiencia fue un delirio común, más tarde, a medida que el proyecto progresaba, se acrecentaban los escrúpulos de ella. Un profundo abismo se abrió, al fin, entre ambos, imposibilitando la comunicación. A partir de ahí todo se desmoronó.
Jal apartó de sí esos agrios sentimientos, para evitar que amenazasen su satisfacción de ánimo y que eclipsaran su deslumbrante horizonte.
Eligió para su piel el color azul turquí. Le habían hecho saber en repetidas ocasiones que le sentaba bien y, además, siempre confería una distinción sin pretensiones. Se inyectó un gramo de genciana para regular su aroma convenientemente, y salió a la terraza conectora. Paseó sus ojos por la superficie. En su nivel, el vigésimo tercero, la vegetación se hallaba en la quinta fase y obsequiaba al `contemplante´ con magníficas imágenes de coloración exuberante en aquella época del año.
No le apetecía utilizar su desplazador, así que tomó el airbus de la Derivación Grana y se apeó en el decimocuarto nivel, delante del acceso de su amiga Vlis. Indeciso, reconsideró durante unos segundos su visita, pero la impaciencia y las ansias de averiguar y capturar una primicia de la decisión del tribunal, pudieron con él.
—No has debido venir, Jal, me pones en un serio aprieto —lo reprobó la joven—. Podrían descubrirte y yo perdería totalmente mi credibilidad.
—Me estoy dejando llevar por la insensatez, es cierto, pero mi curiosidad es un potro desbocado. Dame un escueto indicio y me retiraré de inmediato.
—No me presiones, por favor, sabes que no puedo. Además, lo más beneficioso para ti será que ignores el resultado, para que tu espontaneidad se evidencie, tanto si eres el seleccionado como si no lo eres.
 —Lo siento Vlis —se disculpó Jal, y se retiró avergonzado por aquella muestra de debilidad.
Sus pasos lo condujeron de forma automática a las multiáreas de proyección. Le apetecía tanto `vivenciar´ una vez más su creación sin el condicionante de saberse vencedor o perdedor. No conseguiría jamás convertirse en espectador objetivo de su propia obra, pero intentaría, al menos, analizar las reacciones y comentarios de los restantes espectadores, que sí lo eran.
En la entrada, se recreó con el panel; su panel: resplandeciente, llamativo, sugestivo.
PROYECCIÓN NÚMERO 20  > “PASIÓN Y VIDA”
         Pasó de largo el primer corredor y se paseó por el segundo. Un grupo de jóvenes conversaba animadamente. Se detuvo a escucharlos.
 —Es excepcional, en serio. Una pasada total. Adquiero un billete múltiple con opción a las interminables proyecciones y ¿qué hago? Entrar una y otra vez a experimentar inmersiones en la misma: la 20. Me arrastra. Tiene algo diferente, algo sublime. Se sale de tónica.—Sí, a mí me ocurre lo mismo, no me canso de vivenciarla. Es una alter-reality única. No hay otra que se le aproxime.
—Con infinidad de composiciones excitantes: situaciones críticas, éxtasis de amor, diabólicas perversiones… Un impacto brutal.
Jal se ensanchaba con las gratificantes críticas de los jóvenes. En sus manos estaba potenciar una película; la aireaban y la difundían con la mayor sinceridad.
—Y tú, Loa, ¿no dices nada?
—No sé qué pensar. En todo ello hay algo que me inquieta y me incomoda. A mí me parece que sufren. Capto cierta crueldad.
—¡Anda ya! Pero si son invenciones. Entes ficticios.
—Venga, os invito al cofibar y allí seguimos hablando. Nos tomamos unos “suspiros de amor” y algún “desternillo picante”. ¡Me encanta! Incluso las consumiciones a juego con la proyección son geniales, no me las puedo perder.
La opinión de aquella chica…, Loa, le dejó un sabor amargo. Le pareció estar oyendo a Plesia, su novia. Cómo le gustaría que estuviera de su lado. Convencerla de su punto de vista.
Una palmada en la espalda lo sacó de su ensueño. Sus antiguos vecinos de nivel lo miraban con admiración.
—¡Qué exitazo, Jal! No se habla de otra cosa. Estás batiendo las marcas de la temporada. Me chifla el enfoque de tu recreación. Es grandiosa. Le has dado una pincelada entrañable. Muy triste a veces, pero…, ¡la vida misma! —lo halagó, entusiasmada, Fole.
—No entiendo que puedas estar aquí tan tranquilo, siendo potencial triunfador de la “Gala Muestral”. Por cierto, te sienta como un guante ese azul turquí. ¿No sabes que acabamos de encontrar a la Ex-cel-sa? —silabeó Nahin burlón—. Es una hortera, lleva meses repitiendo toda la gama de colores carmesíes en su piel. ¡Con tal de llamar la atención…! Ahora te dejamos, llevamos algo de prisa. Nos vemos en los premios, Jal.
El joven ni articuló palabra, su mente divagaba. Todos los auspicios jugaban a su favor, ojalá el tribunal valorase tanto su creación como el público.
Entró en la sala. Pletórico, sin prisas, observaba las expresiones de los espectadores. Eligió un asiento central, acomodó bien sus aletas para sentirse a gusto y seleccionó en el programador una historia de amor sencilla. De entre las infinitas situaciones, épocas, lugares, momentos, temáticas… susceptibles de elección, escogió aquella por considerarla el logro más sublime de cuantos caracterizaban a sus entes.
Su proyección permitía satisfacer las preferencias más dispares.
Se dejó atrapar por la emoción. Esos eran sus intérpretes, sus entes, y las relaciones de amor y odio entre ellos, insuperables. Nadie hasta el momento había impregnado las creaciones alter-reality de la autenticidad que rebosaba la suya. Consigo mismo no necesitaba fingida humildad, ni podía sustraerse a la embriaguez de la vanidad. Mientras se recreaba en las impresionantes escenas de sus turbulentos personajes, un mar de reflexiones zarandeaba su razón. ¿Qué motivos tendría Plesia para suponer en ellos una muesca vital? Sólo eran fantasía, seudoentes que representaban una virtualidad programada de antemano y se ajustaban a unos cánones preconfigurados.
A pesar de su goce, tuvo que interrumpir la inmersión. La gloriosa hora se acercaba. La tensión comprimía sus arterias. Caminaba con lentitud, aunque se esforzaba por aligerar el paso, sus pies se insubordinaban.
Un gran gentío se arremolinaba en torno al Capitel. Las masas anegaban el colosal edificio, y cortaban la respiración incluso a los compactos granitos. Se identificó y pidió por el fono una pasarela de entrada, que no tardó en formarse. Cruzó con apostura el arco luminoso; las voces lo aclamaban. Las colas batían contra el pavimento enardecidas, regalando al viento tonadas delirantes. Incalculables desplazadores se disputaban un hueco para poder atisbar, aunque sólo fuera la cúspide de cabezas laureadas.
El inmenso hemiciclo derrochaba esplendor. Las pieles corporales pigmentadas de las tonalidades más selectas tornasolaban la atmósfera, donde pugnaban los colores más naturales contra los más sofisticados y pulidos. Un hermoso carrusel de bonetes y caireles multiformes, rebuscados, majestuosos… competían entre sí por atrapar las miradas insaciables. La birreta de Jal resultaba tan humilde como su condición. Se le hacía extraño encontrarse en medio de entidades principales del mundo de la inmersoproyección, equipadas hasta las cejas de merecimientos. Frente a eso, él esgrimía una tabla rasa, un cheque sin firma; pero el clamor popular pesaba mucho y lo había encumbrado.
Por fin, el anunciador saltó a la plataforma; primero, un estallido musical, tras el mismo, un interminable silencio opresivo. Desasosiego, pálpitos, asfixia… Un nombre.
«¿Habré oído bien? ¿Figuraciones? ».
Miradas hacia los lados, sonrisas, felicitaciones, júbilo, leves empujones.  «¡Soy yo! JAL. El triunfador».
Los acontecimientos se precipitaron en una cabalgada ebria, y lo engulleron.
Reparó en Vlis, que lo miraba y sonreía entre el Jurado. Le devolvió la sonrisa, murmurando entre dientes.
«Querida y puñetera Vlis. Cuánta ansiedad podías haberme evitado».
Se vio arrollado por ecos sordos y explosivos. Una quimera cumplida.
«Espero que no me falle ahora el discurso, tengo la cabeza en blanco».
Pero fluyó con pulcritud, los ensayos habían dado su fruto. Todo fue un éxtasis arrebatador. Flotando entre arrumacos y agasajos, respondió una y otra vez a los noticiadores que lo asaltaban sin tregua:
—Todo nació de una chispa que saltó en mi entendimiento.
—Mis personajes resultan tan reales que si tuviesen nuestro mismo aspecto nos costaría diferenciarlos.
—… por estar configurados según un patrón copilado de perfiles. La genialidad reside en el factor autonomía en su diseño. He previsto un sector vacío en el que no encuentran referencias y se ven forzados a generar soluciones.
—De ningún modo, no nos engañemos. Pura ficción. Son simples títeres holográficos, por buscar una semejanza, réplicas manejados por los hilos de la supradigitalización.
Hasta el más perseverante noticiador se retiró. Tras una eternidad de cumplidas cortesías y lisonjas, rescató su intimidad. Una vez en su habitáculo, se desplomó en el vaporizador, sin ánimos para seguir pensando. Se atavió de cotidianidad y se lanzó a la calle. Serían sus últimas horas de ente normal. En lo sucesivo el claxon y el señuelo de su popularidad lo anunciarían.
Sin darse cuenta, arribó a las multiáreas de emisión ininterrumpida. Antes de cruzar el pórtico, el sonido de una voz muy familiar, junto a las taquillas, lo frenó. Se volvió despacio, entre avergonzado y pletórico. Plesia compraba un pase. Esperó nervioso. Sus miradas se incrustaron.
 —¡Enhorabuena Jal! Me alegro por ti, de veras. Y más me alegro de encontrarte.
—Tendrías que haber estado allí conmigo, Plesia, recibiendo el premio. Te pertenece tanto como a mí.
—Aprovechando que estás aquí, ¿querrías acompañarme a tu proyección Nº 20, “PASIÓN Y VIDA”, por favor? —rogó Plesia, como si no lo hubiera oído—. Hay algo que deseo mostrarte.
Ambos se acomodaron en la sala donde se proyectaba, en sesión continua, «Pasión y vida», la innovadora creación de los dos jóvenes.
—¿Ves a esa joven de ojos negros? Fíjate bien en su comportamiento —dijo Plesia—. Tiene algo especial, capta percepciones que exceden sus potenciales. Presiente nuestro mundo. Te presiente a ti, y a mí. Y, como ella, muchos otros de sus entes.
Permanecieron poco tiempo en la sala, Plesia estaba impaciente por presentar una muestra a Jal que apoyara sus convicciones. Le pidió que acudiera con ella al laboratorio. Deseaba que la acompañara en una inmersión profunda dentro de la dimensión proyeccional. Por el camino volvió, una vez más, a exponerle sus puntos de vista.
—Jal, has visto muchas veces cuántas lágrimas, cuánto dolor emana de ellos. Los has hecho terriblemente emotivos en tu afán de conmocionar al público. ¿Somos nosotros, los seres vivos, capaces de superar todo ese raudal de sentimientos? ¿Sufren acaso menos que tú y que yo, y que todos nosotros, los entes pensantes? Y, para mayor desdicha, algunos de ellos son excesivamente dañinos y perversos. Causan mucho dolor a los semejantes. Sí, dolor. Aunque te parezca absurdo.
—Para esa variable sí que carezco de respuesta —aceptó Jal—, no les pusimos potenciadores negativos en su diseño.
—Yo te daré algunos motivos para tales conductas: dudan, no comprenden y se sienten perdidos. Invocan incansablemente a su Creador, pero éste no responde.
Jal callaba, pensativo.
—Repiten sus vivencias una y otra vez —prosiguió—. Atraviesan las mismas angustias repetidamente. Ellos no lo saben, pero se acumulan sus efectos. Son monigotes, creados a tu antojo.
—No, eso no es verdad. Son intérpretes. También los actores de carne y hueso repiten una y otra vez sus papeles.
—¡Claro, pero ellos pueden elegir! Son libres, y, fuera de su interpretación, tienen una vida propia. Dejan de actuar y vuelven a ser ellos mismos.
—Te voy a demostrar, si me lo permites, cuánta semejanza tienen con nosotros esos seres supravirtuales a los que programaste como «Raza Humana».
—Te recreas en tu error, Plesia; son muy parecidos a nosotros, puesto que servimos de patrón a su diseño básico. Sus componentes son copia de nuestros modelos, pero sólo en los elementos superficiales, triviales. Nada sustancial los personifica.
—Jal, por favor, desplázate conmigo a la corriente recreativa. Hagamos una inmersión profunda, como tú y yo sabemos.
Aunque con disgusto, Jal accedió a los ruegos de Plesia. La amaba demasiado; quizás el complacerla posibilitara un acercamiento. Se proyectaron juntos al momento y lugar que Plesia seleccionó.
Una joven de grandes ojos y profunda mirada intuyó su presencia, a pesar de que deberían resultar absolutamente imperceptibles. Se dirigía a ellos.
—Jal, mira bien a la joven que te indico. Nos ve. ¡Ella nos ve! Sabe que somos sus Creadores. Y la enorme masa de entes que la sigue lo sabe también. No dejan de suplicar para que nos ocupemos de ellos, para que aliviemos su sufrimiento. Somos lo principal en sus vidas. Somos sus padres; con los que no cuentan para nada, y esperan. Somos todo lo que esperan en su existencia. Una existencia engañosa. No son insensibles, como tú crees. Padecen y sufren, con la misma intensidad que nosotros. Explícame por qué su sufrimiento posee menos valor y consideración que el nuestro. ¿Me dejarías sufrir a mí? ¿O a tu familia? ¿Y a tus amigos? ¿Cómo te calificaríamos si lo hicieras? ¿Estarías contento contigo mismo?
Jal contemplaba la situación sin saber qué decir.
—Pon atención. Observa y escucha —sugirió Plesia.
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Detrás de la joven un enorme contingente de personas, llegadas de todas partes, se apiñaba, expectante de las reacciones de la joven. Muchas de ellas en condiciones lamentables: sordos, ciegos, tullidos, apestados… Entre ellos se cruzaban comentarios de todo tipo.
—¡Aquí es donde se le aparecen Jesucristo y la Virgen!
—Un prodigio, una maravilla. Mucha gente dice haber visto el resplandor que los envuelve. Luego el aire se carga de perfume y parece oírse una suave melodía angelical.
—Dicen que obran milagros. Curan heridas, hacen andar a paralíticos. Te curarán, hija mía, curarán tu parálisis. Tienes que tener Fe.
—Atended. Ya los ha visto. Está entrando en trance. Están ahí: Nuestro Señor, y su Santa Madre, María.
La gente se apretujaba, todos querían ver la maravilla.
La joven se quedó extasiada, los contemplaba con adoración.
—Soy vuestra sierva y estoy aquí para obedeceros —exclamó de pronto la joven, dirigiéndose a sus creadores.
Se arrodilló ante ellos.
La enardecida masa de gente calló súbitamente, y se arrodilló, a su vez, con sumisión. El silencio se hizo aplastante. La voz de la joven resonaba por encima del sosiego.
—Decidme, Señor y Santa Madre, cuál es nuestra misión en esta vida —la joven impostaba sus palabras—. ¿Cuál es vuestra voluntad? Volved a nosotros esos vuestros ojos y tened compasión de vuestros siervos. Guiadnos en este valle de lágrimas. Mostradnos vuestra Divina bondad e indicadnos el camino, para poder reunirnos algún día con Vosotros en la Gloria. Desterrad el dolor de nuestros corazones y prodigad la paz a este mundo de miserias.
Al unísono brotó, ascendió y reverberó una oración que rasgaba el aire.
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—¿No te parece suficiente? —preguntó Plesia—. ¿Qué más necesitas para convencerte? Preséntate a ellos y responde. ¡Atrévete! No los dejes con la duda. Diles quiénes son y cuál es su futuro. Muéstrate como eres y explícales para qué han sido creados. ¿Serías capaz de destruir, cara a cara, sus corazones? ¿Crees que lo aceptarían sin derrumbarse o revelarse? Estropearías tu invento, ¿verdad? Nunca volverían a interpretar su papel con la autenticidad y sentimiento con que lo hacen ahora. Diles que su Gloria sucumbirá, obsoleta; que será barrida, con un “clic”, por la moda o el hastío.
Jal se afianzaba en su silencio. En realidad no sabía qué decir. Ya era tarde para dar marcha atrás, había empeñado su prestigio. Si seguía adelante perdía a Plesia, pero, si no lo hacía… Lo abochornaba defraudar a quienes habían confiado en él. Se hallaba ante una encrucijada.
En otro… ¿espacio? ¿Lugar? ¿Dimensión?
Los señores Preifei se aproximaron a la entrada y acercaron sus pupilas al receptor automático. Una ostentosa puerta de jade, enmarcada entre luminosas paredes de cristal, se abrió y les brindó el paso al recibidor.
—Roin, hijo —pidió una voz de mujer a través de la megafonía—, recibe a tus tíos y acomódalos, por favor. Acaban de llegar. Enseguida me reúno con vosotros.
—Está bien, mamá, ya voy —respondió el adolescente.
Roin alisó sus plumas, colocó la cobertura de sus alas debidamente y bajó al recibidor a saludar a sus tíos que les acompañarían a cenar esa noche.
La familia, acomodada en torno a una espaciosa mesa ambarina, se disponía a disfrutar de una suculenta cena. Los ambientaba el colorido de luz de un techo transparente, que rezumaba el combinado oro y grana, hurtado al sol en su descenso. La casa, hialina, coronaba la cima de una esculpida montaña y ofrecía unas vistas de singular y envidiable belleza. Gobernaba altanera sobre terrazas escalonadas en las que se alternaban alternativamente rosas rojas, escarchadas y azules.
En los postres la conversación fluía alborozada.
—Roin, cariño, le he hablado a tu tío del excepcional invento de inteligencia artificial, los “Entes Pensantes”, que has creado —exclamó Mabel, su madre, que no podía contener por más tiempo su entusiasmo—. Aunque yo no soy la más indicada para explicárselo, la idea le ha parecido maravillosa. Está convencido de que, si lo presentas como un juego en el que todos puedan participar activamente, proyectándose en él, interfiriendo y modificando las circunstancias y sucesos, arrasará en el mercado y se disparará en las superventas.
Roin, un chico con sobredotación y altas capacidades, siempre había destacado por su genialidad, inventiva e inteligencia. Se le consideraba un adelantado a su época, superando y anticipándose a todos los retos. Al escuchar la sugerencia de su madre, guardó silencio.
—Cariño, ¿no me has oído? ¿Por qué no les muestras a tus tíos ese invento fabuloso de los mundos? Cuando lo vean, sobrarán todas las palabras.
—No puedo mamá —rebatió el niño—. Lo he desarticulado.
—Pero, hijo, si era precioso y único. ¿Cómo has podido…? Y Jal y Plesia, tan tiernos y graciosos. ¡Una verdadera lástima! Además, lo ibas a presentar en los Certámenes Escolares.
—No te aflijas, mamá, se me ha ocurrido otra idea mucho más interesante y divertida. Jal y Plesia empezaban a aburrirme, resultaban ya sosos y cansinos. Los siguientes personajes que he pensado crear, os encantarán a todos.
Roin, con una leve sonrisa, continuó disfrutando el postre.

Mientras tanto, unos OJOS lo observaban.

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