martes, 10 de enero de 2017

INVIERNO EN CASTILLA

                                     
Fotos de Castroverde, por Petri Villar Herrero.

Publicación de PEDRO G.CUARTANGO.
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Me ha gustado tanto que voy a utilizar mi blog para difundirla un poco más, si eso es posible:
Deja el zorro su rastro sobre la nieve. La tierra duerme un sueño de muerte. Crujen bajo las pisadas los charcos helados del páramo. Tiembla desnudo el roble. Y el cielo se derrumba sobre el sotobosque.
El tiempo se ha parado, pero las agujas del reloj corren. Todo está detenido, en suspenso. Las casas parecen haberse acoplado al paisaje. Un carro abandonado en el camino semeja un esqueleto varado. Sólo el humo gris de las chimeneas revela algún signo de vida.
Preludio de la primavera, el canto del zorzal rompe el silencio espeso mientras las viejas cuchichean en las cocinas y los hombres juegan a la brisca en el bar. La luz se filtra por los ventanucos mientras la larga noche comienza su interminable recorrido.
Piedras heladas, lechos fríos, desvanes y corazones solitarios. Una mujer con velo reza en un rincón del templo mientras los cirios arden en la oscuridad. Hay un ligero olor a incienso y serrín que eleva las almas hacia el paraíso en el momento en el que los vitrales reflejan el último destello de la tarde.
Los bueyes se recogen en la cuadra, los conejos dormitan en sus madrigueras, las serpientes mudan de piel. Y los hombres se acoplan a los ritos de sus padres, que son los mismos que los de sus abuelos. Castilla eterna, callada, invisible, que apenas sobrevive de sus pesares.
Ya no quedan Machados para engrandecerla ni trovadores para ensalzar el amor. Sólo los monjes entonan la salmodia de sus rezos junto a un claustro donde el ciprés enhiesto resiste impávido el curso del tiempo.
Campos yermos, colinas desoladas, altozanos baldíos, plantíos en barbecho. Ya no se escuchan los ecos de un pasado épico donde el acero rebotaba en los yelmos y los escudos. Sólo el susurro del viento evoca aquel tiempo de caballeros y princesas venidas de un lejano país del norte.
Tierra de grandes ríos, de catedrales, de héroes y de mártires, de vanos empeños y de sueños frustrados. Duerme como el invierno en un letargo del que tal vez jamás despertará como esos reyes que descansan en sepulcros de alabastro. Descansa para siempre de un pasado imperial que labró su ruina, pero que proyectó su legado a lo largo del mundo.
Torreones, murallas, castillos, piedras abandonadas que guardan secretos inviolables. Hazañas lejanas, olvidadas, doncellas vírgenes, suspiros congelados en el aire, vanas esperanzas de glorias que nunca llegarán. Aquí hay tanto pasado que se ahoga el presente.
Pero nada puede turbar ese momento pasajero de esplendor de enero en el que el paisaje resplandece cuando brilla el sol sobre el horizonte. Siempre nos quedará un camino por hollar y una ermita en la que elevar nuestras plegarias.
Castilla no empieza ni acaba, no avanza ni retrocede, siempre ha estado ahí, en nuestros sueños y nuestros corazones. Bendita tierra de blasones y monasterios, de hombres indómitos, de cortos estíos y largos inviernos.
Corneja diestra o siniestra, el trigo volverá a brotar en primavera y los campos se cubrirán de amapolas en verano. Será el momento de peregrinar a Santa Casilda y beber las aguas rejuvenecedoras del pozo blanco. En lo alto, en el mirador sobre el valle, esperaremos la última luz del atardecer y escucharemos los tañidos de la campana que nos transporta a la eternidad.

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