La
niña miró hacia arriba con expresión melancólica y dejó escapar un
suspiro, soñaba con un lugar mucho más allá de las estrellas. En la Tierra se
sentía aprisionada, y el Cielo era el único escape que se le ocurría.
«¿Cómo
alcanzar las nubes sin tener alas?, cavilaba. ¡Ojalá pudiese llegar hasta
ellas!».
Carli
se extasiaba con el firmamento; pero, desdichadamente, inmensos nubarrones
grisáceos lo cubrían por completo desde hacía tiempo. Entre todos ellos se
destacaba una nube, que Carli diferenciaba con facilidad. No dejaba de
contemplarla porque creía percibir vida y sentimientos en ella; también tenía
la sensación de ser observada, a su vez, por dicha nube.
En la nube:
—No
me gusta nada este trabajo, Aler, cada día me fastidia más ocuparme del
mantenimiento de esta plataforma inútil.
—No
te entiendo, Eben. A mí me apasiona. En cambio, las demás me resultan insulsas.
—¡Cómo
puede gustarte una estructura que solo se usa para ubicar los elementos
fallidos! ¿Qué encuentras de interesante en ella? Alberga criaturas
incoherentes, insatisfechas, inestables... Todo lo basan en eso que llaman Fe y
no comprenden la razón de nada que levite unos metros por encima de sus
cabezas. Donde estén las otras plataformas, tan animadas y alegres, tan
organizadas y serenas..., que se quite esta.
—¡Y
en qué quieres que piensen, por denominarlo de algún modo, unos elementos con
tantas limitaciones! Ellos no tienen la culpa de los errores cometidos en su
elaboración. De no ser por eso, no habrían sido ubicados en esta plataforma de
taras. ¡Bastante infortunio les ha tocado en suerte!
—Hablas
como si se tratara de seres genuinos y existenciales. Aunque, mira, a mí todo
eso me tiene sin cuidado. Yo lo que te digo es que el trabajo en esta sección está
muy poco valorado. A los Honorables este reducto no les importa un quark. Si no
fuera por los Ideadores..., se habría desarticulado hace mucho. Fíjate lo
poco que interesa que ya ni se cuidan las formas. Al principio, en el control y
seguimiento de esta sección del Proyecto, se actuaba con la máxima cautela; jamás se hubiera permitido que nos detectaran. Ahora, ni el menor disimulo. Esta nube tan burda que oculta nuestra astronave casi no
sirve ni para despistar a estas creaciones tan insustanciales. ¿Qué ves tú de
extraordinario en ellos?, Aler. Son artilugios defectuosos, nada que ver con
los ubicados en las restantes plataformas.
—En
mi opinión, poseen una idiosincrasia exclusiva: su capacidad de deseo, su
multiplicidad de sentimientos, su irrefrenable pasión... Tal vez esa impronta
derive de su inconformidad ante la incesante e infructuosa búsqueda de un
“algo” que sobrepasa su entendimiento. Los restantes diseños supranimados no
necesitan buscar la verdad; para ellos todo está como y donde debe estar.
Tampoco vayas a suponer que todos los de aquí me agradan, los hay con taras muy
perniciosas. Sin embargo, algunos me resultan deliciosos.
—¡Estás
loco! Los sintéticos no sienten, no se enteran de nada, su periodo de caducidad
es muy breve. Son una imitación, no auténticos como tú y como yo. Ni ellos ni
los de las restantes estructuras.
—Claro
que sienten, a su manera. Y mucho. Padecen, sufren, odian, aman. ¿Dónde reside
la verdadera diferencia con nosotros?
—Te
estás implicando demasiado, Aler, y no es bueno. No es nada bueno. Deberías
pedir un traslado.
—Mira
estas coordenadas: una pequeña fémina no deja de observarnos. No nos ve, por
supuesto, pero nos presiente. Percibo una súplica en su mirada, un requerimiento de
consuelo. Me encantaría sacarla de ahí.
—¡Anula
esos pensamientos de tu mente! La interferencia está tajantemente
desautorizada. Ya sabes lo que pasaría.
—Voy
a bajar, Eben, quiero conectar con esa pequeña fémina.
—No
te involucres, ¡por favor! No puedes hacerme esto.
—Nadie
tiene por qué enterarse.
—¡Me
entero yo! Y para nosotros no existe la mentira.
—¿Y
qué es todo esto, sino mentiras? Todos los elementos de las plataformas se
desenvuelven en un perpetuo engaño. Una ficción.
Aler no
atendió a razones. Descendió y se detuvo a escasa distancia de Carli. Esta lo
contemplaba embelesada.
—¿Quién
eres, un ángel de luz?
—Algo
así. Soy tu amigo.
Aler
no emitía sonidos, pero Carli lo entendía.
—¿Me
llevarás contigo?
—Ahora
mismo no puedo, mas estaré siempre a tu lado. ¿Por qué te disgusta estar aquí?
—Hay
personas que se portan mal con las otras, muy mal. Mucha gente sufre. Yo quiero
ir pronto al Cielo. Aquí, en la Tierra, estoy sola; no tengo a nadie.
Un
numeroso grupo de personas, congregado detrás de la niña, contemplaba con
fascinación la escena. Carli se arrodillo y extendió sus brazos hacia Aler.
—Te
lo ruego, llévame contigo, no me dejes en este lugar desolador.
—Algún
día lo haré. No desesperes.
Los
espectadores exclamaban: «¡Se le ha aparecido la Virgen!, ¿podéis ver su
aureola de luz?». «¡Habla con ella!». «¡Milagro!». «¡Milagro!».
—¿Cuándo
volverás?
—Pronto.
Espérame aquí cada día y no te olvides: me mantendré a tu lado.
La
luz se desvaneció. Los presentes se hicieron a los lados y abrieron un pasillo
para que pasara Carli. La “visionaria” caminaba ensimismada, con el alma en
otro sitio. Una creciente esperanza alentaba su corazón.
Más arriba. Muy por encima de la
nube:
—Me
agradan esos seres de luz, seudovitales, Mertia; han salido tan logrados...
Casi rozan la perfección. ¡Incluso son capaces de imitarnos y crear
rudimentarias plataformas artificiales!
Muchísimas gracias, Alex. Tu opinión me alegra. Besos.
ResponderEliminar