1824
Al acercarse a la fábrica, el mundo se
le desmoronaba. Le incomodaba profundamente aquel ambiente tan diferente al
suyo. Aunque el infortunio le hubiera arrastrado a esa situación, en el fondo
de su corazón latía un sentimiento de superioridad.
Como venía siendo habitual, algunos de
los obreros comenzaron a hostigarlo:
«¡Eh, tú, Joven Caballero!, que te se va a estropiar el ropaje».
«¡Mirad que bombo!, el señoritingo del pimpampum».
Las estruendosas carcajadas mortificaban
sus oídos. Charlie se mordía los labios y aguantaba inmutable el chaparrón. Uno
de los provocadores se
chocó con él intencionadamente. La paciencia de Charlie reventó y alzó el puño.
Habría golpeado al fanfarrón, si un chico no le hubiera sujetado el brazo.
Charlie lo miró con rabia.
—No hagas caso, no vale la pena. Cuanto
más te enfades, más te pincharán. Soy Fran, ¿y tú?
Charlie farfullo su nombre con desgana
y se dirigió a la entrada. Con sus escasos doce años, le esperaba una interminable y tediosa jornada de diez horas, pegando etiquetas en botes de betún. No muy lejos,
trabajaba Fran, el mediador en el conflicto. Charlie reparó en sus botas
desgastadas, con enormes agujeros taponados con cartón. El calzado de los demás
no se hallaba en mejores condiciones. Le resultaba irónico que los trabajadores
del betún fueran, precisamente, los que no podían permitirse usarlo. «¡Tanta
crema, tantos botes! Ni que Warren's boot-blacking suministrase al
mundo entero. ¡Demasiados zapatos por limpiar y demasiada gente sin zapatos!», pensó.
Cuando salió, la calle lo recibió con
un desagradable bofetón de bruma helada. Se alejó deprisa para distanciarse de
los otros. Sus pensamientos saltaron del betún a su propia realidad:
se sentía solo, muy solo; desamparado, e insignificante para toda su familia.
Las cosas no podían ir peor por culpa de su padre: encarcelado en Marshalsea
por deudor, su madre y sus cuatro hermanos menores viviendo con él en la misma
celda y Charlie obligado a trabajar para mantener a todos. Cayeron en desgracia
hacía más de un año, cuando tuvieron que mudarse a Camden Town, uno de los
suburbios más pobres de Londres. Charlie se sentía desubicado en aquel ambiente
de pobreza y miseria, donde la palabra y el concepto de cultura se desconocían.
Apretó los puños, desesperado, hasta clavarse las uñas en la carne. Se dio
cuenta de pronto de que Fran caminaba a pocos pasos de él. Lo miró de reojo.
—¿Te importa si te acompaño?
Charlie ni siquiera contestó. Fran se
pegó a él, y hablaba sin parar.
—No me extraña que estés disgustado, se
nota que eres diferente, más… distinguido. Por eso bromean contigo, pero no se
lo tengas en cuenta; tenemos tan pocas ocasiones para divertirnos que hay que
aprovechar las que se presentan.
Charlie, en silencio, observaba que
al chico solo lo protegía del frío una camisa vieja y llena de remiendos, que
se adentraba en unos pantalones enormes, sujetos a la cintura con un cordel;
sin embargo, aparentaba ser feliz. Por fin habló:
—Gracias por ayudarme, a veces me
siento tan humillado que me cuesta contenerme.
—No te preocupes, yo me encargaré de
que no te molesten más. ¿Dónde vives?
—Me alojo en Little College
Street. ¿Tú también vas para allí?
—¿Yo? ¡Ya quisiera! Vivo con cuatro camaradas
en una cabaña abandonada. Ni siquiera conocí a mis padres, me crie en un
orfanato. Ahora vivo por mi cuenta. Este trabajo es importante para mí, me
permite vivir decentemente.
—¡Vaya! ¡Lo siento!
—¡No! Si estoy en racha: tengo comida,
un techo, y puedo ahorrar unos chelines para salir adelante.
El corazón de Charlie se ablandó al
comprobar que aquellos andrajos escondían a una persona de alma noble. A partir
de ese día Fran no se apartaba de su lado, lo trataba como a un hermano. Se
hicieron grandes amigos. Las burlas se acabaron; con todos se llevaba bien.
Charlie aprendió muchas enseñanzas de la vida y Fran aprendió a leer y a
escribir algunas palabras.
Llegó la Navidad. Las
calles se animaron y se llenaron de alegría, a pesar de la obstinada niebla. Pasado
el Christmas day, Fran buscó entusiasmado a
Charlie y le entregó un regalo.
—Toma, no es gran cosa, pero es lo
mejor que ha conseguido Santa Claus. Sé que tú sabrás llenarla.
—No puedo aceptarlo, Fran —Pasó las
páginas con rapidez—. ¡Es un libro precioso!
—¡¿Un libro?! Si no es más que una
simple libreta en blanco.
—¡Qué maravilla! Fíjate bien: dentro
hay fantasmas, espíritus, familias, niños pobres y ricos, escenas navideñas, odio,
amor…
Fran se rascó la cabeza. «A este chico a veces…
se le desboca la inventiva», pensó. Charlie se pasó la tarde entera
cavilando en algún regalo para su amigo. Deseaba corresponder a tan buen gesto
de amistad. Al fin encontró algo, pero Fran no apareció; ni ese día ni los
siguientes. Nunca más. Charlie indagó, preguntó… Nadie supo darle
explicaciones. Su mundo volvió a estar oscuro y vacío. No volvió a saber
de Fran.
Navidad, 1843
La nieve que cubría el pavimento y las
tenues luces de los hogares convertían la calle en una estampa idílica. Un
hombre la contemplaba, mientras escuchaba el crepitar de las brasas. Sin saber
cómo, a su mente retornó la Navidad de 1924; su situación mejoró mucho, pero
perdió a buenos amigos. Tres aldabonazos en la puerta interrumpieron sus
recuerdos. Al abrir se encontró con un elegante caballero, Fran se sorprendió.
—Usted dirá en qué puedo servirle.
—¿Ya no me recuerdas, Fran? He venido a
traerte tu regalo. Esta historia fluyó de la libreta que me regalaste.
Fran tomó el libro que le tendía el
recién llegado y leyó su título:
“A
Christmas Carol”
—Lee la dedicatoria, por favor.
“A mi buen amigo Fran, la
extraordinaria persona que tanto me ayudó. Él me hizo ver la esencia y
diferencias de la vida. Le dedico mi eterna gratitud, desde el más sincero y
profundo cariño. CHARLES DICKENS”
—¿Charlie? ¡¡Charlie!! ¡Eres tú…! El…
Se fundieron en un intenso abrazo, mientras las lágrimas recorrían sus mejillas.
Se fundieron en un intenso abrazo, mientras las lágrimas recorrían sus mejillas.
#cuentosdeNavidad
Hola Tina, precioso tu blog. Besos y amor.Je. Je = sonrisa.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Carmen. Tus obras también son una maravilla. Un fuerte abrazo para ti.
ResponderEliminarOtro gran relato, Tina. Conmovedor y con un final imprevisto. Muchos besos.
ResponderEliminarUn nuevo gracias, Lucía. Es emocionante que haya personas, como haces tú, que te aseguran que tus relatos les llegan muy dentro. Besazos.
ResponderEliminarMe voy a permitir copiar aquí una opinión de un seguidor de Facebook, que me ha emocionado:
ResponderEliminar"Precioso amiga mía, precioso...... Sabes una cosa? Alguien en mi vida, muy especial, me regaló otro así, un libro en blanco, para que lo llenara de sueños, de vivencias diarias, y aún no he escrito nada en él, pero no sabes, ni esta persona creo que lo sepa... que lo tengo escrito en mi mente. Un abrazo y besos. V.V. de C.A.
¡Hala! Qué cosas tiene la vida! Me ha resultado muy instructivo, además de ameno. Muy bien ambientado. Besos, guapa.
ResponderEliminarMe encanta. Espero seguir escribiendo relatos de tu agrado. Gracias por comprar mi libro de relatos de "Guayí y el corazón de la selva madre". Un abrazo.
ResponderEliminar¡¡¡Me ha encantado tu relato, Tina!!!. Cuento de navidad es mi cuento de cabecera. Gracias por compartir esta hermosa historia. Te deseo muchísima suerte en el concurso!!Coral.
ResponderEliminarUn relato muy, muy interesante. Y creo que se basa en hechos totalmente reales, ¿verdad?, porque me ha picado la curiosidad y me he puesto a indagar. El final me sorprendió mucho. Abrazos.
ResponderEliminarMe haces muy feliz, Coral. Viniendo de una escritora, que, además, participa, es todo un cumplido. Muchas gracias. Yo a ti también te lo deseo. Mejor las dos, jajaja. Ya sabemos que hay mucho nivel y es difícil, por no decir imposible, pero seguiremos en la brecha. Besazos.
ResponderEliminarGracias, Arturo, eres un sol. Y un lector difícil de satisfacer, es todo un honor que te guste. Sí que es bastante fiel a la realidad, aunque tiene su buena parte de ficción, como es natural. Fuerte abrazo.
ResponderEliminarVaya, Tina, precioso.
ResponderEliminarY nada más y nada menos que Charles Dickens como protagonista!!
Enhorabuena!
Mil gracias, Cecilio. No te había leído. Sí protagonista Charles Dickens. Además, lo de la cárcel, las fechas... fue real. Un abrazo.
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