Un joven
enamorado, y más pobre que las ratas, caminaba enfrascado en sus pensamientos.
Se devanaba los sesos tratando de hallar el modo de conseguir algún regalo para su chica, en el momento de declararse.
—Recogeré
unas flores, que esas me las regala el campo.
Con todo
esmero e ilusión seleccionaba las mejores, para formar un bonito ramillete,
cuando entre las matas descubrió una lámpara.
—¡Qué suerte
la mía! Se la ve anticuada, pero le pondré una vela y en combinación con las
flores, creará un ambiente romántico. Si la dejo reluciente puede
que incluso resulte bonita.
Tomó un paño y
empezó a frotar. Ante sus estupefactos ojos, comenzó a brotar de ella un hilo
de humo, el hilo se fue expandiendo por la estancia, hasta tomar la forma de un
impresionante genio.
—¡Atiza! ¡El
genio de la lámpara! Jamás hubiese imaginado que algo así ocurriese en estos
tiempos.
—Habla, amo.
Te concederé tres deseos, puesto que tú me has otorgado la libertad.
La primera idea
que cruzó por la mente del joven fue la de una sensacional puesta de sol para ofrecérsela
a su amada, y eso fue lo que solicitó. A ella le encantaban. La
contemplarían juntos mientras le declaraba su amor.
Aquella
puesta de sol fue el primer eslabón de su felicidad.
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