De todos es conocido el dicho: "La suerte del mensajero". Leamos un
ejemplo:
El mensajero entregó el correo al Intendente y le repitió la consigna:
"Es primordial obedecer las órdenes".
El intendente abrió el correo y lo leyó sin dignarse a mirar al mensajero.
Dice aquí que he de cumplir estrictamente las instrucciones que me dictan:
Recolectar… té, seleccionar… té, preparar… té, servir… té, vender… té.
Llegó al final y, antes de leer la última orden, levantó por primera vez
la
mirada del papel, miró con asombro y duda a la persona que tenía delante, y
desenvainó
su sable.
Leyó la última frase al mismo tiempo que una cabeza rodaba ya por el
suelo:
LIQUIDAR…TE.
“¡Qué extraño! ¿Será una omisión de acento? —se preguntó, dubitativo—.
¡Me
da igual! Al fin y al cabo, no es asunto mío”.
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