sábado, 19 de febrero de 2022

ESCRIBIR UNA NOVELA I

La pasión por la escritura la sentí desde pequeña, y derivó de mi amor por la lectura. Tanto me gustaban los libros que entrar en una librería y absorber su aroma, me producía una vorágine de sensaciones casi indescriptibles, y todas placenteras.  

Aún tengo muy vivo el recuerdo de los dos primeros libros (que no cuentecitos), gordos de verdad e ilustrados, que nos regalaron a mi hermano y a mí: “Don gato” y “Los Picapiedra”. Todo eran imágenes, que parecían cobrar vida y arrastrarte hacia su mundo.  Me deleitaron hasta el infinito. Me convertí en una lectora ávida e insaciable.  

Hasta cierta edad, pasé los veranos en el pueblo. Allí, en cuanto consumía mi puñadito de libros, devoraba cuanto me prestaban, con tal de llevarme algo a los ojos y a la imaginación:  El Capitán Trueno, El Jabato, El Llanero Solitario, El Guerrero del Antifaz, los tebeos de toda la vida, libros clásicos de bolsillo con letras microscópicas, amarillentos y con las páginas desgastadas... Hasta las fotonovelas.

Los escritores me parecían magos que nos encandilaban con milagrosos ilusionismos, nada de chisteras ni conejos. Yo soñaba con ser capaz de dominar aquella extraordinaria magia. Necesitaba, además, expresar lo que sentía, crear mundos a mi antojo, diferentes, fantásticos y excepcionales. Escribía cuentos, reflexiones, poesías... Alguna vez ganaba concursos en el colegio y en el instituto.

Y crecí con la idea de escribir plasmada en el alma; pero... se iban encadenando los obstáculos: las circunstancias personales, los estudios, las oposiciones, la entrega al trabajo, los hijos, la falta de tiempo, incluso el escepticismo de que sirviera para algo... Mis deseos fueron quedándose en propósitos pospuestos, en un “tengo que ponerme” al que nunca me ponía.

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