Como iba diciendo, se empieza... por madurar el argumento para
la nueva obra. La cabeza está llena de ideas. Se supone que, entre otras
razones, por eso tienes ganas de escribir, para exteriorizarlas. Y si no existen
las ideas, tómalo con calma, porque pueden tardar en venir. No obstante, aunque
estén ahí, no deben salir de cualquier manera, como un batiburrillo. Imaginemos
un traslado a una casa nueva, en el que tienes que distribuir todas tus
pertenencias en los nuevos armarios y cajones. No puedes ir echando las cosas sin
orden ni concierto. Se debe planificar, organizar, distribuir, ordenar, estructurar,
darle cuerpo... Con la escritura este proceso es complicado y cuesta un poco
más. Durante cierto tiempo parece que tuvieras limerencia por
enamoramiento. La cabeza ausente, en otro mundo y otro entorno, inmersa en la
historia que tienes entre manos.
Cuando, al fin, le has dado un buen hilvanado, llega la hora de una
mejor costura. Lanzarte a las hojas en blanco y rellenar. Demasiado que
rellenar. No es sencillo. En el caso de mi nueva novela, para la cual he tenido
que investigar y realizar muchas consultas, el avance ha sido lento, muy lento.
Sobre todo, teniendo en cuenta que, al ser una actividad libre, no te dedicas a
ella en exclusiva, sino cuando el tiempo te lo permite, y siempre escasea.
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