Hoy repito este camino
que recorrimos los dos,
ilusión con ilusión, paso con
paso.
Entre miradas furtivas,
complicidades y risas,
un anochecer de agosto, antaño,
brotó nuestro sentimiento.
Dos caminos enlazados,
el de Santiago y el nuestro.
Para aplacar los calores
de aquel bochorno de estío,
buscamos la intimidad,
y un remanso de frescura
entre aquel rincón sombrío,
alumbrado por luceros,
y por el fulgor candente
de nuestros ojos de fuego.
Danzaban nuestras miradas,
buscando en el firmamento,
las efímeras Perseidas.
Entre un beso y otro beso,
entre cálidos abrazos,
ellas cruzaban con prisa.
Nuestros deseos tras ellas,
sedientos, les susurraban,
pedían volverse hechos.
En vano las suplicaron,
raudas y esquivas, se fueron.
Y un día... te fuiste tú.
Hoy he vuelto a este lugar,
donde habitan mis recuerdos.
Intuyo, aún palpitantes,
las huellas de nuestros cuerpos
sobre el verdor chamuscado
por el látigo del tiempo.
Me recuesto sobre ellas,
abro mis brazos en cruz,
para llenarlas.
Las recorro y acaricio,
las ocupo, las embebo.
Contemplo el techo argentado,
con ansiedad, con empeño.
Solo el resplandor del cosmos
alumbra tanto silencio,
en mi espesura.
El titilar de mis ojos vacila
como una vela de exvoto
que se acerca a su final.
He soñado con delirio
repetir aquellas sendas,
la de Santiago y la nuestra.
Aquí me encuentro, dichosa.
La Vía Láctea es mi guía,
mi compañera.
Las lágrimas de San Lorenzo
humedecen mis suspiros.
Las fugaces atraviesan y se escurren
por las orillas del cielo.
Mi deseo les envío, no me rindo:
«¡¡Devolvédmelo!».
Tal vez en esta ocasión
los meteoros traviesos
atiendan mis peticiones.
Dos veces culminaré
el Camino de Santiago,
cumplo la ofrenda.
El otro camino, el de ambos,
es el faro que me trae,
el que anhelo; entre sus brazos.
Yo seguiré caminando,
tras su estela, tras su canto,
tras sus miradas en verso,
y sus halagos,
sin detenerme a llorar,
sin condolerme. Constante.
La marcha debe seguir,
el Camino me ha enseñado
a mirar siempre adelante.
Autora: Tina de Luis Santiago
Autora: Tina de Luis Santiago
Qué delicia, qué natural maravilla, qué sentido de ternura, qué recuerdos, qué agonía. Tan reposado en el pecho que se apodera del alma y, complicidad del cielo, adormece, cauteriza, quita la hiel de los labios y el corazón tranquiliza.
ResponderEliminarUuuuy, se nota que hay tanto sentimiento y que es tan dulce que es imposible no dejarse rodear por su aura luminosa.
Brando, has comentado con un poema divino, qué nivel de lírica. Muchas gracias por tus comentarios.
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