Aquella cotilla irrefrenable, con su lengua viperina y su verborrea incontinente los volvía locos
a todos. Las insoportables monsergas de esa mujer conseguían sacarlos de quicio.
No les quedó más remedio que cortarle la lengua. Y al paso que va, me temo que no
tardará mucho en perder también las manos, aprende muy deprisa el lenguaje de
los signos.
jueves, 31 de enero de 2019
martes, 29 de enero de 2019
PIE DE LOTO, una tortura más para las mujeres
Es TERRIBLE el grado de tortura que
se llega a aplicar en algunas personas, de forma establecida y convencional. Acabo
de leer el libro “El abanico de seda” y se me parte el alma pensando en el
sufrimiento que la propia familia provocaba en unas inocentes niñas. Y tenían la
valentía de vivenciarlo. Me resulta tan difícil entender que no mueras al ver a
tu hija de unos seis años pasando por ese trance... Me refiero a la tradición del
“PIE DE LOTO”, costumbre ancestral china, que en su grado máximo conseguía, no
ya atrofiar el crecimiento de los pies sino reducirlos. Lo ideal eran 7 cm. ¿Os
lo podéis imaginar? Los vendaban pillando los dedos, salvo el pulgar, y forzándolos
hacia atrás. Quedaban doblados por debajo del pie. La venda la sujetaban con
mucha fuerza en el talón, que se iba juntando poco a poco con la planta del pie.
Cada cuatro días apretaban el vendaje (otra vuelta de tuerca). Las niñas eran
obligadas a caminar entre gritos, llantos y dolores, pisando y cargando el peso
sobre sus propios dedos. Llegaba un momento en que los huesos de los cuatro
dedos doblados y el del empeine se rompían. Los lavaban, pero seguían estrechando
el vendaje, a pesar de los picos de hueso clavados en la carne, del sangrado,
supuración, etc. El proceso completo duraba aproximadamente dos años, para las
que llegaban, porque algunas morían de cangrena o infección.
Aquí os dejo un enlace, pero podéis
ver muchos más poniendo tan solo en Google “pie de loto”. La fotografía pertenece a este mismo enlace.
viernes, 4 de enero de 2019
EL TESORO DE LA ABUELA
Dos
de enero:
Dejan
a la abuela en casa de su mejor amiga, para que pasen varios días juntas, como viene
siendo tradición.
De
regreso:
—¡Mamá!
¡Papá! ¡Qué pena! La abuela empieza a tener algunos despistes.
—¿Qué
te hace pensar eso, hijo?
—Me
habló de su tesoro escondido sin darse cuenta.
—¿Y
qué te contó? —saltó casi a coro el matrimonio.
—No
puedo decíroslo. Abuelita me hizo prometer que le guardaría el secreto.
—Cariño,
somos tus padres, a nosotros puedes contárnoslo.
—Insistió
en que a vosotros menos que a nadie.
—¡Lo
ves, cielo! La abuela desvaría. Debemos conocer todos sus secretos porque tal
vez un día se le olviden. Podría darse el caso de que lo perdiera todo. Sufriría
ella y sufriríamos nosotros por no conservar nada que nos la recordase —Lucas
guardó silencio—. Está bien, está bien. Si prefieres callar, respetaremos
tu voluntad.
Tres
de enero:
La
madre muestra un escaparate a Lucas en el que luce un dron de última generación.
—¿No es
precioso, hijo? Mira lo que pone: “Vuelo inmersivo gracias al mando
Skycontroller 2 y a las gafas FPV”.
—¡Me
encanta! —exclama el chico.
—Es
una lástima no poder comprártelo. ¡Lo que podríamos permitirnos con el tesoro
de la abuela!
Cuatro
de enero:
El
padre lleva a Lucas a ver una tienda de vídeojuegos.
—¡Caramba,
chico!, ¡qué pasada de consola! ¡A que molaría tenerla para Reyes!
—¡Wow!
Sería bárbaro.
—Aunque...
con ese precio, mejor no hacerse ilusiones. Una pena que el tesoro de la abuela
se pudra en algún rincón sin beneficiar a nadie.
Cinco
de enero:
Lucas
no puede resistir las tentaciones y canta. Esa misma tarde los padres revuelven
todos y cada uno de los cajones de la casa de su madre. Los vacían, golpean la
madera con los nudillos para localizar el escondite mencionado. Empiezan a
desesperarse, cuando..., justo en el último que abren, detectan el falso fondo.
Carcomidos por la impaciencia, fuerzan la tabla para acabar cuanto antes. Allí
estaba, un flamante joyero. Al abrirlo, lo primero que encuentran es una carta
dirigida a ellos. Por debajo asoman abundantes joyas y varios billetes. Se
abrazan entre júbilos y saltos. ¡Por fin lo descubrimos!
En
casa de la amiga:
—¡En
qué estarás pensando para que te rías tú sola!
—Me
río porque estoy imaginando la cara que pondrá, o que habrá puesto ya, mi
familia. Dos veces al año me ponen la vivienda patas arriba. ¡Me tienen harta!
Cuando paso unos días en tu casa o en el balneario, buscan y rebuscan mi dinero
y mis alhajas, aprovechando mi ausencia. Son insaciables, les doy cuanto me
piden y más, si cabe. No dejo de invitarlos y de tener todo tipo de mimos y detalles
con ellos, pero lo quieren todo. Si lo permitiera, me dejarían desplumada. Esta
vez como regalo de Reyes se llevarán un buen chasco, quedarán escarmentados. Le
he dado pistas a mi nieto para que descubran el tesoro. Él es un ángel, pero esos
dos demonios le sonsacarán el secreto, no me cabe duda. Lo que encontrarán será
un joyero atiborrado de baratijas y bisutería. De lo peor que encontré. Y, para
que se crean mi argucia, he tenido la generosidad de dejar dentro mil euros. Todo
lo que tiene valor está a buen recaudo. Esos jodidos no se ríen más de esta
pobre anciana.
—¡Qué
tunanta estás hecha, querida amiga! ¡Y qué lista!
En
casa de la abuela:
A
medida que leen la carta, la piel se les vuelve de color cetrino.
«...
He tenido que irme desprendiendo de todas mis joyas y pasarme a la bisutería para
mantener la casa, es mi deseo que la disfrutéis vosotros. Me hubiera gustado dejaros
una gran herencia, pero esto es todo cuanto tengo, querida familia. Si estáis
leyendo estas letras es porque yo he pasado a mejor vida. No sufráis por mí,
estoy en la Gloria. Os quiero mucho y velaré por vosotros desde aquí arriba. La
abuela».
Seis
de enero. Día de reyes:
Lucas
se queda sin regalo de Reyes porque a sus padres el disgusto les ha trastornado
y porque se les hizo demasiado tarde.
Todavía les falta recogerlo todo y dejar la
casa de la abuela como estaba, antes de ir a buscarla. No conviene que note la
intromisión.
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