Hay sentencias, dichos, proverbios... con los que me identifico por completo. Más aún que identificarme,he vivido con esa misma convicción durante muchos años. Esta es una de ellas. He presenciado situaciones en las que se prejuzgaba a las personas sin darles una mínima oportunidad de explicarse y he sufrido por ello. He conocido bastantes casos, muy penosos, por cierto, en los que supuestos "docentes" (yo también me permito prejuzgar esta condición) tenían tendencia al prejuicio negativo respecto a determinados alumnos (no los más guapos ni favorecidos, precisamente). En el ámbito de mi profesión, la enseñanza, sucede de vez en cuando; por supuesto, no se debe generalizar. Hay quien le suelta una buena bronca a un alumno por una supuesta incorrección o mal comportamiento, le chilla, le obliga a callar... Algunos luchan por explicarse y otros, más tímidos, no se atreven ni a rechistar y soportan con frustración el peso de la injusticia, aprendiendo así (triste forma) que es una dimensión de la vida y del ser humano, muy real.
A veces todos los indicios apuntan a la culpabilidad, a veces la trayectoria de ese alumno hace pensar que no puede ser inocente. Aún así debemos darle la oportunidad de defenderse.
En el caso de las manzanas acaba viéndose enseguida la buena intención y finalidad del hecho, pero en la realidad son bastantes los que cargan el "San Benito" y se quedan con él de por vida.
Tenemos que escuchar siempre lo que quiere decir un "acusado", no lo convirtamos en culpable sin conocer los detalles. ESCUCHEMOS y después valoremos. Eso es lo justo.
Esto me trae a la memoria otro cuento-moraleja conocido:
"Alguien se estaba ahogando en un río y pedía socorro. Pasó por allí un lugareño que al momento empezó a recriminarle su desatino y su temeridad de bañarse en aquellas aguas traicioneras y frías mientras al otro se lo llevaba la corriente. El hombre, que veía inminente su final, le dijo: "Primero sálveme y después censúreme".
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