lunes, 8 de mayo de 2023

ALMAS DE ABROJO

Relato premiado en el «XXIII CERTAMEN CULTURAL» de la CASA DE LEÓN en La Coruña     Web: http://casaleoncorunaccyl.com/noticias-y-eventos/resultados-de-los-certamenes-2022/gmx-niv37-con817.htm

Diversos Medios de prensa publican el evento: https://www.cronicasdelaemigracion.com/articulo/castillaleon/casa-leon-coruna-entrega-premios-certamen-cultural-2022-diferentes-modalidades/20230424130701113976.html

Almas de Abrojo

Cecilia aparcó junto a las primeras eras del pueblo; deseaba reafirmar su entereza. Como un mal augurio, el lamento agonizante de las campanas sollozó en sus oídos.

—Oiga, perdone, ¿por quién doblan? —preguntó, temerosa, a un paisano.

—Esta vez cayó Matías, «el Discreto». Un pobre diablo. Como tos los que aún quedamos en pie, ¡qué quie usté que la diga! Hallaron al desdichao espatarrao en mitá la huerta. Jodidas campanas que paice que no supieran tocar más que a muerto. Barruntan el hoyo que nos tragará diquiá na. El pueblo ya es viejo, ¡mecágüenla! La carcoma to lo corroe, hasta los huesos. Los míos entavía se sostienen gracias a esta fiel cacha.

Encogida el alma, Cecilia ya no escuchaba. Llegaba tarde. Matías fue una de las pocas personas que la trataron con cariño y ternura. Y la huerta… Aquella que frecuentó tantas veces. Él la enseñaba a reconocer las frutas y verduras. Le llenaba escriños de perucos, higos, guindas, fréjoles, bellotas, almendrucos... Ella desgranaba los guisantes y les quitaba la piel interior a las vainas, tan tierno todo que lo comía con ansia. Saboreaba el regaliz de palo y extraía, entusiasmada, las gruesas pipas a los girasoles. «A Matías la tierra lo quiere; acogerá sus restos con cariño». Cecilia cerró los ojos y aspiró hondo. Un viento con aroma a parras y a higueras zarandeó sus recuerdos.

Sintió muy dentro de sí el tañer de otras campanas, amodorradas en el tiempo. Repiqueteaban bulliciosas y cantarinas, llamando a Misa Mayor. Camino de la iglesia, un crío se le acercó y, con un agrio «¡rameras!», le pegó tal empujón que se cayó. Su flamante vestidito blanco, regalo de la Señorita con motivo de la fiesta, se embadurnó. El llanto bañó su rostro, se aferró a las piernas de su madre y se negó a avanzar. Su cabecita no alcanzaba a comprender por qué la gente se portaba tan mal con ellas.

Sus pensamientos se encaminaron hacia la senda del cerro. Se sentó en el lindero, hasta escuchar las esquilas. Cuando la polvareda se disipó, el rebaño fue visible. Corrió y se abrazó al abuelo. Lo acompañó hasta los corrales de la Señorita, donde encerraba las ovejas. Luego caminaron juntos hasta la humilde casa de adobe. El abuelo “arroseó” la lumbre, puso sopas de ajo en el puchero y frio un buen puñado de torreznos. Les supo a gloria bendita. Y cuando el oro de los trigales se convirtió en polvo de estrellas, sacaron los taburetes a la calle y contemplaron el firmamento, salpicado de luceros. El abuelo le contaba historias de antaño y perseguían los sueños prendidos en las perseidas.

A Cecilia nunca le agradó la Señorita: tan fría, altiva y autoritaria. Cierto que con ella se volcaba en atenciones, complacía sus caprichos... Incluso en raras ocasiones le otorgaba, a su manera, algunas muestras de cariño. Amparo la obedecía sin rechistar, siempre sumisa y dispuesta a servirla. A menudo, Cecilia rabiaba porque la Señorita mandaba más en ella que su propia madre. No le permitía alejarse de la casona. «No quiero que andes por ahí como una descarriada», repetía. Por suerte, viajaba mucho. En su ausencia, Cecilia se sentía libre, como la brisa, como la lluvia. Con el tiempo, el rencor de la gente se fue debilitando. Lo más cruel y doloroso, era que los dos hermanos de su madre las desdeñaran. Pese a todo, Cecilia fue feliz, arropada por sus tres seres queridos.

Había llegado tarde. Ya no podría hablar con Matías ni mostrarle su cariño. No lo veía desde que abandonaron el pueblo. ¡Casi una eternidad! El traslado a la ciudad se debió a que la Señorita emprendió otro de sus extraños viajes, pero en esta ocasión se demoraba más de la cuenta, dos años llevaba ya sin dar señales de vida. Los ahorros, en las últimas, no daban ya para vivir. Tuvieron que emigrar para salir adelante. Amparo se colocó de interna en una casa donde le permitieron tener a su hija con ella. Cecilia compaginó los estudios con trabajos eventuales. A base de sacrificios, finalizó con éxito la carrera de Ingeniería Agrícola y consiguió un buen empleo. Amparo dejó el servicio y se trasladaron a un piso alquilado. La vida les sonreía, hasta que su madre enfermó. Poco antes de su muerte, sus revelaciones removieron los cimientos de Cecilia:

—He sido cobarde, hija mía, una auténtica cobarde. No tuve agallas pa confesarte lo que ahora escucharás, pero no debo ni quiero morir sin que sepas la verdad. Primero callé por miedo a las represalias; después, porque el terror a perderte me paralizaba. Te quiero con toda el alma, gustosa lo he dado todo por ti. Me considero tu verdadera madre, pero… no soy yo quien te trajo a este mundo.

Cecilia la miró con incredulidad. Amparo siguió adelante:

—Entré al servicio de la Señorita con veinticuatro años, soltera y sin compromiso por el maldito luto, y aún debía guardarlo otros tres meses. ¡Cerca de tres años de negro riguroso! por tu abuela, por un tío carnal y por una tía segunda. En aquellas circunstancias, salir a divertirse, andar con muchachos... no estaba bien visto, era imperdonable. Antes del luto, me tiraba los tejos un mozo que se cansó de esperarme y se buscó otra novia. Un buen día, la Señorita organizó un viaje e insistió en que la acompañara. Fue la única vez que se interesó en llevarme. Dos meses después, por su palidez, su barriga abultada, sus vómitos… me percaté de que estaba encinta. «De algún señoritingo de esos estiraos», me dije. La cuidé, me desviví por su estado, que más que de buena esperanza era de pésimos presagios. El parto tuvo lugar en la casa donde nos alojábamos, cerca de la frontera con Francia. La asistió una partera, la cual solo contó con mi inexperta ayuda. Días más tarde, la Señorita se sinceró conmigo:

Siéntate, Amparo, y escucha con atención. Lo que tengo que decirte es muy importante. Esta criatura es inocente, me resisto a que sea una expósita abandonada en la inclusa. No tiene ninguna culpa ni debe pagar por mi... desliz. La criaremos entre las dos, tú y yo, con todo el cariño del mundo y las mejores atenciones. ¿Qué me dices?

—Lo que usté mande, Señorita, una está pa servir.

—Gracias, Amparo, no esperaba menos de ti. Comprenderás que, en mi posición, es imposible traer a una niña al mundo sin padre reconocido. Arriesgaría mi reputación y, probablemente, mi herencia. Por eso he creído lo mejor hacer pasar a esta niña por tuya.

—¡¡Eso sí que no, Señorita!! Soy una muchacha decente, como Dios manda y no una de esas… Me traería la deshonra y la de mi familia. Una auténtica desgracia.

—De no hacerlo así yo perdería mi prestigio, entiéndelo. Me relaciono con gente de alcurnia y me codeo con personas influyentes. Tengo mucho que perder, en cambio tú...  

—Claro, yo tengo poco, casi na. Pero la honra y el decoro son lo más grande pa mí, me permiten caminar con la cabeza bien alta. Cuando una viste de luto, con solo acercarse a un mozo ya es una desvergonzada. Si apareciera con una criatura me tomarían por una cualquiera, por una furcia. Hágase cargo. ¿Qué sería de mi padre? El disgusto le mataría.

—A tu padre le mataría verse tirado en la calle, desahuciado. Yo te defenderé y te protegeré. Tú y tu familia viviréis con desahogo por tan pequeño servicio.

—¡No me haga esto, Señorita! Tenga piedad. Si no en mí, piense en la niña, ¡pobrecica! La marcaría de por vida: na más la hija de una perdida, y sirvienta.

—¿Y tú? ¿Sientes tú piedad por ella? No parece importarte demasiado. Di por hecho que consentirías, que estarías dispuesta a sacrificarte por las dos.

—¡Es que no es mía! Usté la llevaó en sus entrañas. En esto no consentiré.

—Ya es tarde para echarse atrás. La he inscrito en el Registro Civil con tus apellidos.

—Negaré todo, diré la verdad.

—No te servirá de nada. ¿A quién de las dos crees tú que le darán más crédito? Si

me fallas, me pondrás en un gran aprieto. Tu padre perdería el empleo, la casa, ¡todo! Sin tener donde caeros muertos. No seas necia. Compensaré con creces tan minúsculo favor.

Amparo reprimió un embate de dolor y tomó aliento para poder seguir hablando:

—Yo quería morir, hija mía, desaparecer, pero tragué con ello. Es lo que tienen el hambre y el miedo: nos enmudecen, nos doblegan. A la vuelta, la noticia corrió como la pólvora. Me despreciaban, me insultaban, nadie me hablaba. A ti, como aún eras una criaturica inocente, te toleraban. Según crecías, la gente con mala entraña también la tomó contigo. Los primeros años fueron un calvario. Los únicos que nos querían, los únicos que sacaban la cara por nosotras fueron tu abuelo, un bendito, y Matías, un buen hombre.

A pesar de las desdichas, cuando te tomaba entre mis brazos, cuando te llamaba hija, me embargaba tal ternura, tanto amor que llegué a olvidarme de mis penas. Tú me las borrabas con tu cándida sonrisa, con tu inocencia, con tus caricias. El falso prójimo y las malas lenguas dejaron de preocuparme siempre que no te hicieran daño a ti. Me volqué en darte lo que la vida te negaba: el cariño de una madre. La Señorita, tuuu..., bueno, ¡ya sabes!, siempre fue correcta contigo y nada te faltó, salvo la dedicación y el amor que te debía. Cuanto más te ignoraba ella, más empeño ponía yo en quererte. Debía hacerlo por las dos.

Se tiró a los brazos de su madre y se fusionó con ella en un cariño infinito. Días más tarde, Amparo falleció.

Llegó al cementerio al final de los responsos. Las escasas personas asistentes al sepelio de Matías la miraban recelosas. Cecilia avanzó segura de sí misma, y estas bajaban la mirada a su paso. Se arrodilló junto al féretro y apoyó en él su mejilla. Lloró.

En un afán de ahuyentar los fantasmas del pasado y pese a la repulsa que sentía, Cecilia se obligó a visitar la mansión. Su aspecto de abandono le produjo escalofríos.  ¿Qué había sido de su antiguo esplendor, trocado ahora en declive? Recorrió las sombrías estancias, redescubriendo recuerdos agridulces y contradictorios. Una silueta emergió de entre la penumbra. Se sobresaltó. Apenas la reconocía: lúgubre, decrépita, inánime...

—¿No vas a abrazarme, hija? —La frase agredió a Cecilia como una cuchillada.

—No mancille la palabra hija, Señorita. Usted no conoce su significado.

—Por supuesto que lo conozco, soy tu madre y puedo darte lo que necesites.

—Mi madre me dio todo cuanto y cuando lo necesitaba. Usted llega demasiado tarde.

Se dio la vuelta con aplomo y abandonó la casa. Sin ataduras. Sin remordimientos.

Regresó a la huerta de Matías para cumplir los últimos deseos de Amparo. Tomó sus cenizas y se las entregó al regazo de la tierra, mientras la escuchaba en su interior:

No me entierres, no quiero pudrirme bajo una lápida. Deseo estar junto a él, en la huerta donde tanto compartimos. Era tan bueno conmigo... Nos enamoramos y nos sinceramos: Matías es tu padre. Antes de que tú nacieras, fue el jardinero de la Señorita. Lo sedujo, lo enredó, no supo negarse. Al saberse embarazada, lo despidió y lo chantajeó. El pobre se avergonzaba de su debilidad; al igual que yo, en un principio. En secreto, te llevaba a verlo para que disfrutara de su hija. Siempre te adoró. Soñábamos con el futuro, pero nunca tuvimos el coraje de casarnos. Aun así, fuimos felices. Cuando abandonamos el pueblo, dejé medio corazón en él. Le prometí volver. Sin embargo, las circunstancias nos pueden. Por fin regresaré y me quedaré a su lado. Tú ya no me necesitas, hija mía.

«Aun así, estaremos siempre unidas, madre, no lo dudes». Cecilia juntó un buen ramo flores, lo llevó al cementerio y lo depositó junto al nicho de Matías. «Traigo un mensaje de madre: te espera en la huerta. La he comprado, y la casita también. En cuanto consiga los permisos, te reunirás con ella. Te quiero, ¡padre! Con todo mi corazón».


Imágenes: Composiciones con Cuadros de Vincent van Gogh.

martes, 2 de mayo de 2023

CONTRA EL ACOSO ESCOLAR Y EL BULLYING: «EN LA PIEL DEL CORAZÓN»

Aunque se le debería dar la misma relevancia todo el año, hoy se celebra el Día Internacional CONTRA el BULLYING o el ACOSO Escolar. Durante mucho tiempo, he aportado mi granito de arena, tratando de prevenirlo y de concienciar contra él. «En la piel del corazón» se gestó en mi interior debido al dolor que me causo escuchar en boca de adultos opiniones muy negativas sobre alumnos/as con dificultades de aprendizaje. Lo ideal es trabajar la novela en colegios, profundizar en el tema, desarrollarlo y reforzarlo mediante múltiples actividades.

                                     

FRAGMENTO: 


            En la última hora de clase, poco antes de la salida, una compañera, llamada Anita, repartió invitaciones para su cumpleaños. Se celebraría el viernes por la tarde. Para César, el hecho de recibir también una invitación fue motivo de euforia. Por lo menos, lo invitaban a un cumple. Con lo mal que andaban las cosas, no le hubiera extrañado nada que se olvidaran de él. Se fue a casa un poco más animado.

«Seguro que antes o después se resuelve todo. Mis problemas se deben a una confusión, que no durará demasiado», se animaba a sí mismo.

            Su madre lo acompañó hasta la Jugosa Pamburguesa, establecimiento donde se celebraba la fiesta de cumpleaños de su compañera Anita. Había tantos juegos que le pareció un lugar de lo más divertido. La merienda estuvo de lujo, abundaron los aperitivos y las chuches. El «Cumpleaños Feliz» se cantó cuando sacaron la tarta y Anita sopló las velas. Con el estómago bien repleto, César se dirigía emocionado al tobogán de espuma, cuando algunos niños y niñas de un grupo cercano, y de edades muy parecidas a las suyas, comenzaron a mirar con descaro en su dirección. Observó que se daban codazos y señalaban a alguien. Uno de ellos, en tono burlón y muy alto para que se oyera bien, le comentó a otro:

            —¿Te has fijado en ese niño tan raro? Yo creo que es deficiente. Míralo y verás. Tiene una cara que asusta.

Por instinto, César volvió la cabeza y buscó con la vista al niño al que se referían. Al no ver a nadie cerca de él, en ese preciso momento, no le quedó más remedio que convencerse de que «ese niño extraño» era él mismo. Además, todos los ojos se encontraban clavados fijamente en su cara. Sentirse el blanco de aquellas maliciosas palabras y miradas le afectó de tal manera que se le quitaron las ganas de subir al tobogán. Se retiró de los juegos y se refugió en el lugar más apartado, para que nadie pudiera verlo.

La madre de Anita lo echó de menos y lo buscó, preocupada. Cuando por fin lo descubrió, solo y triste, le preguntó que si se aburría. César arrugaba la cara y callaba. Después de mucho insistir, logró convencerlo de que se incorporase a los juegos. César al fin accedió, en el fondo de su corazón lo estaba deseando. Fue y se colocó en la fila. Pero... cuando estaba a punto de tocarle la vez, se acercó por detrás uno de los niños que lo habían señalado poco antes, le dio un fuerte empujón, lo sacó del sitio y ocupó su lugar. Al poco, llegó otro, que también se coló con todo el descaro. César se enfadó y trató de ponerse otra vez delante. Ellos se burlaban descaradamente:

—¿Tú de qué vas, listopán? Nosotros estábamos delante. ¿Sí o sí?

En ese momento apareció Julio, el chico de su clase que nunca le había caído bien, se encaró con aquellos dos impresentables y los obligó a ponerse los últimos. No se atrevieron ni a rechistar.  

—¿Has visto, César? —comentó Julio—. En cuanto alguien les planta cara, se acobardan y salen corriendo. No son más que unos caguetas. No hay que hacerles ni caso. Anda, ven, ponte a mi lado y verás como no te vuelven a incordiar.

 

César no recordaba haber sentido jamás un agradecimiento mayor que el que inundaba todo su ser en aquel instante. No sabía cómo responder a Julio. Nada más soltó un «gracias» pequeñito y se pegó a él. Durante el tiempo restante no surgieron más problemas. César no volvió a separarse de Julio, y Julio no dio muestras de cansarse de la compañía de César.

El cumpleaños finalizó, su madre lo recogió y César no le quiso contar nada. En cuanto llegó a casa, se derrumbó, desmoralizado, sobre el sofá. Sus padres lo abrazaron y preguntaron por la fiesta. César ignoró la pregunta y soltó como un chorro todas sus dudas:

—¿Qué me ha pasado? ¿Por qué soy distinto ahora?

—Pero, hijo, ¿qué estás diciendo? Eres el mismo de siempre. No te ha pasado nada —respondió su padre.

—Sí, sí que me ha pasado algo, estoy seguro. Unos niños que estaban en otro cumple dijeron que yo parecía un deficiente y se rieron de mí. Yo sé que no soy como antes.

—Mira, cariño, olvida esas fantasías. No has cambiado, te lo aseguro. Es que hay personas a las que les cuesta entender las diferencias.

 

Pues bien, todos los niños son distintos entre sí y, sean como sean, están repletos de excelentes sentimientos y de aspectos positivos. Por desgracia, también existen aspectos negativos, que se deben controlar. Lo que hay que hacer es sacar al exterior lo mejor de nosotros y enterrar muy hondo todo lo que pueda dañar. Debemos luchar contra las malas intenciones y derrotarlas —le explicó su madre.

—¿Y yo tengo aspectos positivos? —siguió preguntando César.

—Muchos, muchísimos. Más de los que crees: nos quieres, como nosotros te queremos a ti; eres un buen chico, un buen amigo, comprendes y respetas a los demás, eres capaz de ayudar y de hacer bien tus deberes…

—¿De verdad hago todo eso, mamá? —le planteó, lleno de incredulidad, pues no estaba muy convencido de haber sido siempre tan positivo y bueno como su madre afirmaba.

—¡Claro que lo haces, hijo mío! No lo dudes. Y todas esas cualidades las debes cultivar y abonar para que den muy buenos frutos. Sobre todo, no permitas que se vuelva áspera la piel de tu corazón. 

            —¿La piel de mi corazón? ¿Y cómo es la piel de los corazones?

—Voy a ver si te lo explico con claridad, para que lo entiendas —continuó la madre—. Verás, cariño, cada día nos llegan abundantes sentimientos de quienes nos rodean y hay que saber acogerlos y cuidarlos. Donde mejor florecen es dentro del corazón, allí dan unos frutos dulces y hermosos. El corazón nos hace ver la vida con ojos diferentes, con ojos tiernos y comprensivos; pero algunas veces, hijo mío, la gente se olvida de colocar sus sentimientos en el corazón, o no desea hacerlo. Los deja fuera, se amontonan y se resecan, hasta llegar un momento en que son tantos los sentimientos atascados en el exterior que forman una barrera, una coraza alrededor del corazón y lo aprisionan. La piel se pone rugosa y rígida. Entonces, el corazón pierde la ternura, la comprensión, y deja de sentir.

Las palabras de su madre lo dejaron pensativo. No había entendido casi nada, le resultaba demasiado difícil; sin embargo, se quedó dándole vueltas a aquellas frases, esforzándose por comprenderlas. Cuando consideró que no sería capaz de descifrar aquella parrafada, volvió a sus reflexiones sobre si era o no era el chico de siempre, y se preguntó cómo lo verían realmente los chicos que se habían burlado de su aspecto. Por segunda vez, le vino al pensamiento la imagen de Diego.

 

viernes, 24 de marzo de 2023

LA LUNA ES POESÍA

 



El sol se fuga, arrastrando

 su mantón púrpura ardiente,

 mientras inunda de fuego el horizonte

 y reverbera su fulgor sobre el ocaso.

 La luna asoma, presta e impaciente.

 Trata de asir del rey una sonrisa, un agasajo.

 El sol, astuto, se retira raudo.

 No quiere enamorarse. La elude cada día,

 pues se debe a tantos…

 Y la luna hechiza. La luna es poesía.










miércoles, 15 de marzo de 2023

LA PRIMAVERA ES VIDA




EN PUGNA CON LA ARIDEZ, 
EL DESAMPARO O EL FRÍO,
AL BRILLAR LA PRIMAVERA,
LA VIDA SE ABRE CAMINO.



 Todo reseco a su alrededor y, pese a todo, intrépido brota este diente de león.

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