Aunque el reloj corría
inexorablemente, para la pareja el tiempo parecía detenido, les costaba
controlar el nerviosismo.
Al fin les hicieron pasar para
comunicarles la decisión que habían tomado:
—Señor Romero, como padres de la
novia, hemos sopesado la petición de compromiso por su parte. Podríamos
soslayar su carencia de títulos académicos y sacarnos de la manga un Doctorado,
adornar su árbol genealógico y dignificar sus apellidos, educar sus modales...;
incluso, obviar su azarosa vida sentimental. ¡En fin...! Pero, lamentablemente,
a pesar de nuestra cordial disposición hacia usted, de sus encantos personales
y del amor que nuestra hija le tiene, dos impedimentos son irresolubles para
autorizar este noviazgo. El primero consiste en que en su familia nunca se ha
tomado el té. Y ¡todo el mundo
lo sabe!
—Pero, Milord, ¡eso es irrelevante!
—objetó, incrédulo, el pretendiente—. Y ¿se puede saber cuál es el segundo
impedimento?
—Como pone en evidencia su objeción, el menosprecio del primero.