El primer contacto con la realidad fue
traumático. Las sienes le reventaban, el frío acuchillaba sus huesos, habitaba un
cuerpo que sentía como ajeno. No encontraba el menor nexo con él, salvo... el
estómago; ese sí clamaba a voz en grito. Una masa amarga y viscosa ascendió por
su garganta. Vomitó. «Pero ¡qué leches! ¿Cómo puedo vomitar si el pobre buche
está más vacío que un táper con agujeros?». Se incorporó con lentitud
extrema. Cuando reparó en el caos, en la mugre, en el abandono... que imperaban
en aquellas instalaciones punteras y de avanzada tecnología, su moral se
despeñó hacia los más profundos abismos.
«¿Dónde están todos? ¡Qué poca
vergüenza! Un equipo de profesionales debería controlar mi despertar, como
estipula el contrato. Los demandaré, mi vida ha peligrado. Aunque... tengo la
corazonada de que aquí pasa algo raro. Muy, muy raro. Me da a mí que el chisme este
ha fallado y la criogenización se ha interrumpido. ¡Jodida heladera de tres al
cuarto! ¿Será posible encontrarse en peor situación? —Y sí. Lo era—. ¡Oh, no!
¡Oh, Díos mío! Me estoy oliendo lo peor, esto solo puede tratarse de... ¡¡¡Me he
muerto!!! ¡¡¡Estoy muerta!!! Ahora debo ser uno de esos fantasmas que vagan por
el lugar donde la palman. ¡Maldita suerte la mía y maldito el día en que se me
ocurrió la gilipollez de aspirar a mejorarla! Una siempre acaba del mismo modo en
que nace. ¡Todo esto es de coña! Me está bien empleado por meterme en una
hibernación de saldo. ¡Porca miseria! Como no encuentre algo para llevarme a la
boca, me moriré de hambre. Aunque... ¿cómo voy morirme si ya las he diñado? Por
aquí no hay nada. Nada en absoluto. Sería capaz de comerme alguna rata, si la
hubiera; pero, por lo visto, hasta los roedores escapan de este lugar. —Asomó a un
exterior igual de caótico y desamparado que el interior del edificio—. ¿Qué
mierda es esto? Todo seco, podrido, solitario..., ¿qué está ocurriendo? Será
que algunos muertos continúan, o sea, continuamos, en el mismo sitio, pero en otra
realidad paralela, me niego a creer que los vivos disfruten de esta... delicatessen».
Caminó sin rumbo, tan pronto al este, como
al oeste, al norte, al sur... Por doquier la misma desolación. No podía mantenerse
erguida y avanzaba con continuos y esperpénticos traspiés. Divisó a lo lejos a
un pequeño grupo de personas. Vio en ellas su salvación. Las llamó a gritos:
la ignoraron. Intentaba acercarse, pero el cuerpo se le desmadejaba, no
quería responder, todo él era un suplicio. Gracias a un esfuerzo sobrehumano, y moviéndose
casi a tres patas, se interpuso en su camino. Los extraños seres pausaron la marcha. Todos se observaron. Ella se espantó, ellos echaron a correr.
«¿Por qué se han asustado así los gilis estos? ¡Si están
más cadavéricos que yo! Ellos sí que son auténticos espectros. Los seguiré, se les nota la experiencia, y si van en esa dirección, será por algo». —Intentó
seguir sus pasos, pero todo se quedó en seguir su estela, porque desaparecieron
de su vista como una exhalación. Jadeaba.
Se tambaleaba. Cayó al fin sobre el ardiente suelo—. «Este calor me derrite, ni
que estuviera dentro de un volcán. ¡Pero qué estúpida soy! ¡Cómo no me he dado
cuenta antes! Me hallo en el mismísimo averno, y en un infierno personalizado, por
cierto. ¿Cómo han sabido, si no, que mi debilidad es la comida y que no hay
nada que me joda tanto como pasar hambre? Lo que no me entra en la sesera es
que ni siquiera un triste diablo me haya recibido para informarme del
reglamento de este lugar. Intentaré buscar a algún demonio, y si fuera una demonia, muchísimo mejor; me entiendo muy bien con ellas. Tomaré la dirección opuesta a la de ese
grupo de difuntos, no quiero volver a verlos. ¡Los muy groseros!».
Sumida en tales reflexiones se hallaba,
cuando distinguió dos siluetas que se aproximaban. «¿Serán otros condenados o
serán demonios de verdad? ¡Igual me da!, estos no se me escapan. Medio arrastras
logró acercarse a ellos. La miraron desconcertados. Ella no dejó que rechistaran
hasta que se hubo despachado bien a gusto:
—Óiganme ustedes, satanases, belcebuses,
malignos..., ¡lo que quiera que sean! No he visto en mi vida descortesía mayor.
Menudo ninguneo con la clientela: llega una nueva, y les trae al pairo. Y
pensar que invertí todas mis ganancias en hacerme congelar, con la única esperanza
de alcanzar un futuro mejor. Quería empezar de nuevo, reparar mis múltiples
pecados. ¡Se lo juro! Para una vez que el arrepentimiento llama a mi corazón, ni
una puñetera oportunidad me da la vida. He sido ladrona, vengativa, avariciosa,
retorcida... Sé muy bien que me merezco el infierno, pero ¿podrían decirme al
menos qué clase de infierno es este?
—En lo de infierno has acertado, tía. Este es el infierno del cambio climático. Pero... ¿de dónde te has caído tú?