lunes, 7 de marzo de 2016

ENFADO SIN CAUSAS APARENTES

Dos niños, uno de 5 años y otro de tres y medio, juegan con un adulto y lo están pasando bien, se sienten satisfechos, pero de pronto el más pequeño se enfada, deja de jugar. No atiende ni escucha. Al hablarle se vuelve y se oculta. No sabemos qué le pasa y no nos lo va a decir. No a esa edad. ¿Cómo afrontarlo?
Algunas personas se enfadarán y alzarán la voz con amenazas: "¡Ya no vuelves a jugar, te fastidias...!".
Otras adoptarán una actitud despreciativa y prepotente: "¡Qué se habrá creído el mocoso este!".
Eso es ponerse a su nivel; equipararse con él. El niño tiene tres años y medio y nosotros somos adultos, no podemos compararnos. Él no tiene aún madurez afectiva ni capacidad de razonamiento... Actúa por impulsos o pulsiones, sin intencionalidad ni premeditación. 
Estas dos posturas refuerzan su actitud, la fijan. Con respuestas agresivas se sentirá injustamente atacado, pues él se considera ya agraviado y realimentaremos su convicción de victima. 
Yo me diría a mí misma..., me digo a mí misma (he vivido situaciones muy similares en bastantes ocasiones): "Es un niño muy pequeño, no es capaz de analizar ni controlar su malestar ni conoce otra forma de manifestarlo, es pura espontaneidad. Tina, tú eres la adulta, la que tiene que enseñarle y darle ejemplo". Y entonces me armo de paciencia y procuro reconducir la situación.
Lo mejor es mantener la tranquilidad, actuar con serenidad. Hacerle ver que nos disgusta, que estamos en desacuerdo con él, pero sin resentimientos ni crispación. Seguiremos animándole de forma indirecta a retomar el juego con mensajes  solapados de "No me harás enfadar" y "No me llevarás a tu terreno". 
Debemos tener en cuenta que para portarse así es que se siente bastante mal, incluso consigo mismo, no escarbemos en su herida. Tenemos que ayudarle, no ponerle zancadillas; tampoco aplaudirle ni reírselo como si fuera una gracia. En el fondo está deseando reconciliarse, se encuentra frustrado, hay que encontrar la estrategia para que vuelva a conciliarse con honor; permitirle disfrazar la humillación de rendirse. Al final todo se disipará y ya habrá otro momento, sin prisas,  en el que podamos hablar un poquito del tema y aclararlo en parte.
Recuerdo una ocasión cuando yo era pequeña en que me enfadé y me negué a comer unos pasteles que acababan de traer (algo que no se daba muy a menudo entonces). ¡Qué tonta fui! A la rabia que ya sentía por mi "cruzada particular" se sumó la frustración de privarme a mí misma de aquel dulzor tras el que se me iban los ojos. Y eso que me los seguían ofreciendo, pero yo ya estaba cegada por la ira. Lo curioso, como vengo diciendo, es que no tengo la más mínima idea del motivo de mi enfado, se esfumó, pero aprendí a que yo misma me castigaba, no los demás. En mi interior quedó grabado como una cabezonada mía.

Aunque este dicho no venga como anillo al dedo, habría que adaptarlo un poco, voy a escribirlo porque siempre me ha hecho mucha gracia y algún provecho  podremos sacarle:

"Si discutes con un imbécil, ¡cuidado!, intentará llevarte a su terreno y allí llevas todas las de perder".

Lo dicho, no seamos los imbéciles que se dejan llevar por un niño o por una persona con poca capacidad intelectual(que no tienen nada de imbéciles) a su terreno infantil o inmaduro.

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