Quiero dedicar un pequeño homenaje a las víctimas del 11 M y para ello he escrito este pequeño relato.
Se disponía a tomar un sorbo de
café. La porcelana, igual que un espejo, reflejó una imagen a su espalda. Volvió
la cabeza sobresaltada y vio a un joven con un explosivo en sus manos. La mujer
clavó sus ojos en los de él con la esperanza de encontrar un resquicio humano,
pero solo halló una mirada hostil y envenenada.
“Resucita —le imploraba su
pupila—. No lo hagas. No siembres el terror”.
¿Asomó una duda en la expresión
del joven?
Su brazo se elevó.
Fue un instante eterno, en el
que mil presagios golpearon sus entrañas.
Un zarpazo interior la desgarró:
”¡Dios mío, el parque… Los niños…!”
Saltó de la silla y se tiró a él
llena de furia. La bomba no llegó lejos.
De pronto, el cataclismo, el
reventar de un volcán. Al momento, todo en ella fue vacío y silencio.
Revuelo, confusión, lamentos, gritos,
carreras, personas siniestradas, desolación...
Unos
niños miraban desde lejos, aterrorizados. No encontraban a su madre.
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